Marcelo Ebrard provocó un gran desconcierto en todo el país al alejarse tan abruptamente de Morena al no haber sido elegido el responsable de encabezar la coordinación de los esfuerzos de la cuarta transformación para el 2024, con todo lo que ello significa, quedando en ese lugar la doctora Claudia Sheinbaum Pardo.
Por un momento de osadía, de falsa valentía y casi de locura, arriesgó todo el enorme capital político que había acumulado caminando al lado del presidente más votado y querido de la historia de México, Andrés Manuel López Obrador, para intentar obtener la postulación de Morena a la presidencia de la República.
Seguramente diversos pensamientos asaltaron su mente y confundieron su razón: “Es mi última oportunidad”, “debo intentarlo”, “si no es ahora, nunca”, “me la voy a tener que jugar” “va por mi abuela”. Si a ello le sumamos el propósito de toda una vida, y probablemente los malos consejos de sus más cercanos colaboradores y algún diablillo colado: “Yo estoy contigo”, “seguro que ganamos”, “tú puedes, eres el mejor” “es una injusticia que no seas tú” “vamos con todo” “eres el más capacitado” “vente con nosotros”, pues todo ello seguramente lo motivó a salirse del hogar paterno como el hijo pródigo para desperdiciar todo su capital político viviendo perdidamente, hasta haberlo todo malgastado, pereciendo de hambre de democracia y legitimación y apoyo popular que gozaban todos los jornaleros en casa de la 4T.
Así, habiendo experimentado el abandono, la sed y el hambre política que sobreviene al abandonar al pueblo, Marcelo Ebrard regresa a la 4T, y al igual que con el hijo pródigo, debemos de recibirlo con mucho agrado, pues no olvidamos nunca sus extraordinarios servicios ni su honradez y enorme capacidad y talento, ni dejamos de agradecer su apoyo durante más de 23 años al presidente López Obrador, regocijémonos y festejemos su regreso, hagamos fiesta, pues “era muerto, y ha revivido, se había perdido, y es hallado.” Lucas: 15,32.