Cultura

Diálogo Arcinegas-Reyes

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  • Jaime Muñoz Vargas

Rectifico. Una vez dije que la correspondencia entre escritores, fuente valiosa de información para analizar sus filias y sus fobias, se había perdido con la llegada de las nuevas tecnologías. 

No es tan así, si nos atenemos a las capacidades técnicas del resguardo de datos. 

La información podrá sobrevivir al menos un tiempo, tanto como dure en condiciones funcionales la tecnología de soporte, pero es un hecho que, en el caso del género epistolar, nada mejor que la carta de papel para garantizar una permanencia mayor de los mensajes, una permanencia de décadas e incluso de siglos. 

El papel y la tinta son más sólidos que los bites.

Entre los escritores que más cultivaron este género está Alfonso Reyes, quien fue tan afecto a la correspondencia que, casi puedo asegurarlo, dejó su archivo postal muy bien organizado porque estaba seguro de que sería investigado, de que otros ojos se adentrarían en aquella escritura aparentemente fraguada para un solo destinatario. 

Reyes escribió miles de cartas porque era de natural atento, además de que en muchos casos representaba parte de su trabajo y era una de las vertientes de su vocación. 

Todos los días dedicaba varios minutos a responder, a co-responder, así que el material disponible de este tipo da la impresión de ser tan abundante como su obra directamente pública.

En otra oportunidad he escrito sobre algunos de sus libros epistolares. 

Son muchos, y por lo general han sido publicados como debe ser: no las cartas de Reyes a muchos destinatarios en un solo libro, sino a uno solo en cada volumen. 

Del que deseo ocuparme brevemente en estas líneas es del destinado a compartir el diálogo postal entre el regiomontano y Germán Archinegas (1900-1999), escritor, periodista, profesor y diplomático colombiano, quien desde que descubrió la obra de Reyes profesó por ella y por su autor una admiración devota.

De Arciniegas había leído dos libros: Biografía del Caribe (Porrúa, México, 1983) y Este pueblo de América (SEP-Setentas, México, 1974). 

El primero es, para mí, uno de los mejores que he atravesado de la siempre querida colección Sepan cuantos…, y desde 1990 no he dejado de recomendarlo cuando se habla de la conquista de América cuyo primer escenario fundamental fue el Caribe. 

Es un libro tan documentado como hermoso por su estilo, un libro de historia escrito con temple estético.

Las cartas AR-GA cubren un periodo de quince años, de 1935 a 1959. La última de Reyes a su amigo bogotano fue enviada el 24 de julio del 59, es decir, cinco meses antes de morir. 

No es un flujo epistolar muy apretado, las cartas son esporádicas, pero no tan pocas como para no dar cuerpo a un libro que, es lo principal, son suficientes para afirmar que GA, esforzándose con cierto pudor por mostrar un trato relajado y hasta socarrón, no puede dejar de volcar palabras de plena admiración a su corresponsal mexicano.

En ellas se intercambian elogios, se envían y comentan libros recientes y proyectos editoriales tanto bibliográficos como hemerográficos; a veces se reclaman los silencios que, GA justifica, con razón, por lo agitado de su agenda entre viajes y más viajes. 

AR, ciertamente, tenía al menos la ventaja de estar fijo ya en su biblioteca, mientras el colombiano andaba en su plenitud física volcada a lo laboral.

El libro, como siempre, exhibe la prosa magnífica de Reyes, quien hasta en las cartas añade como condimento la rara gracia de su estilo, y cierra con ocho artículos de GA sobre AR. 

En todos late lo mismo: un respeto, una veneración sin orillas.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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