Hace unos días —a propósito del libro Astillas de hueso de la escritora chilena Gabriela Aguilera— observé que el rasgo de la unidad temática y estilística es un mérito destacable en la composición de libros con microtextos.
De hecho, la unidad es un rasgo bienvenido en casi cualquier obra, esto para que el resultado final no parezca un amasijo de retazos sin concierto.
En los libros con piezas breves es, creo, imprescindible que esto ocurra; si no, la impresión general que el lector puede llevarse es la de haber atravesado un libro disperso y por lo tanto inasible.
No es el caso, ni de lejos, de Biblioteca mínima (Secretaría de Cultura, 2019, Ciudad de México, 79 pp.), de Alejandro Arteaga.
El autor nació en la Ciudad de México en 1977; estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa (2006-2008). Con Sick & McLarland,
Una novela pretenciosa (Universidad Veracruzana, 2016), escrita en coautoría con Alfonso Nava, ganó en 2016 el décimo Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo, y con Anfiteatro obtuvo el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2018.
Me la juego ante el peligro de parecer excesivo, pero Biblioteca mínima es un libro perfecto en su ideación y sobre todo en su ejecución.
Tal vez lo haya, pero no recuerdo haber tenido en las manos un volumen similar.
Se trata de una colección de textos escritos en clave de “contraportada” de libro (en la jerga editorial no se le llama así, “contraportada”, sino “cuarta de forros”). Son, claro, textos sobre libros ficticios, aunque tan verosímiles que uno desearía su posesión.
Pero Biblioteca mínima no se queda allí, pues suma al costado de cada texto la portada también imaginaria de cada libro.
Tal es la idea general del libro, un dechado de originalidad y de ironía ahora que ya todo parece haber sido hecho.
Si esto es suficiente para apreciar su valor, es indispensable pensar ahora en la ejecución, irregateablemente perfecta.
El tono de los textos es el que los lectores asiduos han (hemos) visto en la espalda de innumerables libros, y el diseño de las portadas, para añadir un toque de exactitud, se ciñe al estilo de ediciones reconocibles en nuestro mercado.
Es importante señalar que Biblioteca mínima es sobre todo un libro para lectores.
Esto significa que su contenido sólo puede ser cabalmente apreciado por quienes tienen de antemano un conocimiento del libro como objeto en el que convergen algunas características recurrentes.
El juego cuaja entonces cuando el lector avisado reconoce en estas páginas lo que sin duda ha visto en libros reales.
Las cuartas de forros trabajadas por Arteaga recrean el tono de las que existen en la realidad como libros ya puestos a la venta con retractilado y todo, de manera que cada una resume el contenido de los libros nonatos con exactitud.
Asumir el tono de escritor de “cuartas” es un aprendizaje sin escuela ni teoría, así que se aprende leyéndolas, y Arteaga puso en papel su formación ante un género, por llamarlo así, sobre el que seguramente no hay mucho, o nada, escrito en términos de manual.
Con ese género, por llamarlo de algún modo, Arteaga urde un libro a un tiempo inteligente y divertido, lleno de malicias.
Las cuartas deben alentar la lectura del libro, deben antojar al potencial visitante de las páginas.
Asimismo, deben ser cuidadosas en la calibración de los piropos, caminar casi untado a la línea divisoria que separa la recomendación sobria de la servil y por ello sospechosa.
El pastiche de los textos escritos en el más acabado estilo de las cuartas es complementado por las imágenes aledañas de cada portada.
Basta un poco de cercanía al mundo del libro para reconocer que también en este punto se ha tenido tremendo ojo para ofrecer al lector una atractiva galería de portadas que emulan sellos y colecciones de gran circulación.
Es tan bueno el trabajo de recreación que da para presentarlo a color, recurso que fortalecería la eficacia del gesto.
Ganador del Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés 2019, Biblioteca mínima anexa este párrafo del dictamen: “El jurado integrado por
Ana Clavel, Paola Tinoco y Edson Lechuga decidió por unanimidad otorgar este premio ‘debido a su originalidad y conciencia del ejercicio literario.
La cuarta de forros como género de minificción y parodia de posibilidades autorreferenciales sobre obras apócrifas inventadas; el uso del humor al servicio del pensamiento crítico y un profundo espíritu lúdico’”.
Reitero que me la juego ante el peligro de parecer excesivo, pero este librito es, de nacimiento, parte de lo mejor que se ha publicado en el género de la minficción en América Latina.
Estoy seguro de que, entre otros, Arreola, Monterroso y Borges lo hubieran adoptado como digno heredero de sus libros, y aún lo envidiarían con la frase que me asaltó durante su lectura: cómo no se me ocurrió primero a mí.