Tras la caída de la dictadura argentina se dio el triunfo en las urnas de Raúl Alfonsín. La tarea para recuperarse de la ruina económica se presentaba ardua, muy difícil de sortear, y en efecto lo fue. Al mismo tiempo, mientras el gobierno se las arreglaba en el plano económico, en el plano político se impuso una urgencia: ¿sería el nuevo gobierno capaz de hacer algo con los genocidas? La experiencia en otros países con pasajes semejantes no ha sido buena.
Regímenes totalitarios han ejercido su poder y tras sus caídas no ha habido castigo para los represores. En Argentina, pese al poder nada residual de los militares, el gobierno de Alfonsín acometió el Juicio a las Juntas, un complejo desfile de declarantes, de acusadores y acusados. Los juicios duraron del 22 de abril al 9 de diciembre de 1985, y recogieron cerca de 300 casos en interrogatorios de todas las partes; al fin, el fiscal Julio César Strassera hizo la acusación en un discurso que incluyó la famosa frase “Nunca más”. Apenas unos pocos meses después de que habían ejercido el poder sin otros límites que los dictados por el más caprichoso sadismo, los militares de primer rango que secuestraron a miles de argentinos, que los mataron vivos, que los desaparecieron y (cuando se daba el caso) cambiaban el destino a los bebés apropiados y hundieron la economía a lo que Walsh denominó “miseria planificada”, fueron condenados por crímenes de lesa humanidad.
Vale traer aquí parte de la acusación final del fiscal Strassera: “Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal. (…) Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ‘Nunca más’”.
Hace cincuenta años fueron dichas estas dos palabras.