Cultura

Zapatos para pachuquear

Primero hizo realidad su fantasía y después la de otros. Todo inició hace poco más de veinte años, cuando Cristina Cecilia Galicia Moreno, quien laboraba en una empresa de gas, buscaba un lugar para comer en Plaza de la Ciudadela; y en eso estaba cuando observó parejas bailar, pero mientras se aproximaba, algo más le cautivó y jaló su mirada: sobre una jardinera exhibían zapatos de diferentes colores: rojos, azules, dorados, plateados y más.


No eran zapatos comunes, o “normales”, como ella pensó, y siguió escudriñándolos. Los acarició. Los volteó. Y observó que algunos tenían tacones muy peculiares. El hombre que atendía el puesto era de baja altura, tez morena; éste le dijo que los tacones eran tipo cubano.

—¿Dónde compra sus zapatos?

—Yo los hago, jefecita.

—Cómo que tú lo haces.

—Sí, yo lo hago.

Ella no creía e insistió.

—¿Tú los haces?

—Sí, son hechos a mano.

Y volvió a mirar los zapatos.

Dudaba que los hiciera aquel hombre de aspecto humilde, y se retiró, pensando en que un tío de ella usaba zapatos parecidos.

“Mi tío bailaba pero si bien bonito y usaba unos zapatos preciosísimos”, recuerda Cristina, “pero nunca me imaginé ver tantos zapatos bonitos y de tantos colores, y de esos tacones cubanos, de caballeros del buen vestir”.

Y sucedió que un día de aquellos años su madre la invitó al salón Los Ángeles, pues la iban a coronar como Reina de las fiestas patrias.

Resulta que desde joven su madre bailaba. Le decían La Relojito de tan bien que lo hacía. Y su tío Eduardo, el hermano, era un pachuco.

Y sin embargo era mal visto que las mujeres acudieran solas a los centros de baile, dice, de modo que su mamá siempre iba acompañada del hermano y la esposa de este. “Él las cuidaba”.

Entonces llegó el día de la coronación en Los Ángeles, donde volvió a encontrar al vendedor de zapatos, y sintió la misma emoción; tanto, que el hombre la invitó a ofrecer el producto de su atracción. Y así comenzaron a vender en diferentes salones de baile, como el 18 de Marzo, Los Ángeles, El Romo, La Maraca, El Gran Forum y otros. Ella empaquetaba y le ayudaba a comercializar.

También aprendió a diseñar al gusto de cada cliente, la mayoría de la tercera edad, que la visitan en su taller de la colonia Morelos.

“El baile es algo tan bonito, que la mera verdad —Cristina suspira y sonríe— yo veo a las parejas y me da mucho gusto, y más todavía si traen mis zapatos; o sea, lo que yo les hice”.

***

Para ellas y ellos es como una ilusión o una fantasía venir a escoger su estilo de zapato, el que les guste, y de escoger su tacón cubano, que es el que les ilusiona y es el del buen vestir.

Y luego ahí va lo bueno, porque dicen: “ay, quiero que me le pongan este tipo de material, este charol negro, este tipo de piel, un grabadito por aquí; otro por acá, y qué más, pues éste”.


Entonces ellos empiezan a imaginar. Y vienen a los quince días, o a las dos o tres semanas con mucha ilusión, para ver lo que ellos decidieron estrenar, y me pagan con mucho gusto sus zapatos.

Y órale, para qué te quiero mis zapatitos. Estos son los que bailan solitos.

Desde el momento que se los ponen sus piecitos se empiezan a mover. Entonces aquí, le repito, hay zapatos del buen vestir, zapatos del buen bailar. Porque cumplimos sus fantasías y su comodidad.

Porque si no hay comodidad, imagínese, pues no será una fantasía, sino que parecerán gallitos espinados. No, pues así no.

Entonces, mire, aquí mis clientes son recomendados de otros clientes y esto es es lo que me fascina.

¿Y por qué le digo esto? Porque vienen con la ilusión de que van a lucir un zapato que les gusta; que ellos, cómo le podría yo decir… sí, son zapatos únicos, porque ya traen en sus mentes lo que van a querer, con las combinaciones que ellos imaginaron.

Sí, son únicos, porque son personalizados. Mire: si ellos me dicen que quieren su nombre bordado, pues se los mando a bordar; que quieren su nombre en la suela, en la suela lo pongo; que en el talón, en el costado, en la punta, en la lengüeta, donde sea, ahí van sus iniciales o sus nombres.

Sí, como ellos los pidan.

Ahora que si me traen unos zapatos que compraron en Francia o en Italia, como estas botitas, yo trato de hacerlos parecido o igual.

Sí, porque aquí bajan italianas, argentinas, de todos lugares; ellas también compran zapatos de hombres y se van felices. Sí, para tango, para rumba, para danzón, para chachá, para muchos bailes.

***

“Este es un zapato artesanal”, precisa Cristina Cecilia Galicia Moreno, en el interior de su local, para que no haya duda “Está hecho a mano, sobre medida; aparte, las pieles que yo uso son pieles vírgenes, no son embodegadas, ni charoles embodegados”.

En más de 20 años, comenta, se ha esmerado en adaptar las hormas según las necesidades de cada persona. Son moldes de madera en los que se reflejan los años acumulados.

—Los años la volvieron experta.

—Yo me siento orgullosa y doy garantía de mis zapatos; aquí también hacemos zapatos de niño —comenta—, porque vienen padres que quieren vestirlos de pachuquitos.

Y aquí están un par de choclos parecidos a los que usaba Michael Jackson, sin faltar, por supuesto, el clásico.



“Este, por ejemplo, está hecho en piel; y si me lo piden en charol, pues lo hacemos, para que resalte más”, dice mientras toma entre sus manos el par de choclos. “Este es el clásico para danzón; es el negro con blanco y bigotera”.

La mujer escoge otro par.

“Aquí están los zapatos Mi rey, los zapatos para pachucos, los zapatos para padrotes; para el buen bailar, para el buen vestir y para todos”.


—¿Y qué tipo de personajes han venido?

—Por ejemplo, don Rosendo usaba mis zapatos, igual que Los Chamacos Aguilar; también Richy Cárdenas, que dirige la orquesta de Pérez Prado; y a Óscar de León, que vino una vez al Gran Forum, le regalamos sus zapatitos; se fue feliz y contento. Y no se diga Welfo, el cantante de la Sonora Matancera, era nuestro clientazo.

Y ahí, en su taller, marcado con el número 124 de la calle Libertad, barrio de Tepito, está el muestrario de zapatos, ejemplo de la habilidad y creatividad de Cristina, cuya labor, dice, es cumplir las fantasías relacionadas con el calzado que cualquiera pretenda lucir.


Aunque esta laboriosa mujer no deja de acongojarse, pues a causa de la pandemia cerraron los salones de baile y disminuyeron sus pedidos. “Junto con los músicos nos quedamos sin trabajo”.

Pero ya se vislumbra el color amarillo.

Y… a bailar, mi rey.



Humberto Ríos Navarrete

Google news logo
Síguenos en
Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.