El profesor de educación física Octavio Merino Ramírez, oriundo de la comunidad oaxaqueña de Santa Cruz Río Venado, aún recuerda cuando en 2008 nacía uno de los equipos de basquetbol infantil de México que trascendería montañas, valles y planicies hasta cruzar fronteras y asombrar a públicos por su agilidad para moverse en canchas y encestar pelotas.
Por fin se cumplía una aspiración de los líderes naturales del pueblo, enclavado es esa región de la Sierra Mixteca, quienes tiempo atrás habían pensado en un proyecto pero no sabían qué hacer, pues había instructores que cobraban demasiado a cambio de enseñar ese deporte a los niños triquis; uno de ellos, incluso, pretendía devengar una cantidad imposible de reunir.
En eso estaban cuando apareció el profesor Sergio Ramírez Zúñiga, un chilango-argentino —así le decían— que había llegado de Tlaxiaco, donde conoció a una profesora y obtuvo una plaza de intendente para laborar en una escuela secundaria del Rastrojo, una pequeña comunidad del municipio de Santiago Juxtlahuaca. El forasteros esbozó el proyecto a los guías nativos de la región y ellos aceptaron el proyecto.
Merino Ramírez, entonces de 21 años, empezó a trabajar con Ramírez Zúñiga. Dice que recorrían las comunidades para entrenar estudiantes. Hicieron campamentos en Santa Cruz Río Venado. Y salió el primer conjunto que hizo historia. Ramírez decidió separarse hace dos años. Había dejado sembradas las semillas. El embrión del saber. Los demás continuarían el aprendizaje.
Nacía una nueva época, producto de la experiencia adquirida, y entonces cada fin de semana acampaban alrededor de 500 chamacos, que bajaban de distintas comunidades, y seleccionaban a los 50 mejores.
Las nuevas hornadas de basquetbolistas han obtenido primeros y segundos lugares en torneos nacionales. El próximo año viajarán a Orlando, Florida, y Barcelona, España.
Apenas lo supieron.
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Los torneos a escala nacional, organizados por Román Pérez Vallejo, de Monterrey, Nuevo León, son tres veces al año. En la Sierra Mixteca fue de 50 el número de niños seleccionados: 40 varones y 10 niñas.
El primer viaje fue a la ciudad de Aguascalientes. El autobús “era viejísimo y tardamos tres horas en arreglarlo”, dice un sonriente Octavio Merino. Después fueron a Monterrey y Celaya.
En Celaya un grupo quedó en segundo lugar. Los de ellos eran cinco equipos de diferentes categorías —de 7 a 16 años de edad— clasificadas como Infantil, de 7 a 8 años; Pasarela, de 9 a 10, y Cadetes, de 11 a 14 años.
En 2011 les tocó en Monterrey. “Estuvo cardiaca”, dice Guillermo Martínez, de 29 años, uno de los 10 entrenadores, junto con Octavio, Rigoberto y Wenceslao Martínez, entre otros, quienes integran la Academia de Basquetbol Niños Triquis de Oaxaca.
Ahora dos de los instructores estudian en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, de Saltillo, Coahuila. Forman parte de los frutos de un proyecto que va en ascenso.
Octavio Merino Ramírez, una de las cabezas visibles, estudia la carrera de Educación Física en la Universidad Autónoma de Oaxaca; en esta ciudad, el Movimiento de Unificación de Lucha Triqui, conocido como MULT, renta una casa para que habiten los infantes, quienes, para pertenecer al equipo, deben tener una calificación mínima de 8.5 puntos en sus estudios.
El jueves arribaron a la capital y se dirigieron al Centro Deportivo Guelatao, donde, con el apoyo del Consejo Ciudadano de Ciudad de México, que preside Luis Wertman, y el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública de la Mixteca, inició el Primer Campamento Triqui de Básquetbol.
“Es mejor que practiquen un deporte y no estén en las garras de las adicciones”, aseguró Pascual de Jesús González, coordinador del Movimiento de Pueblos, Comunidades y Organizaciones Indígenas.
Entrenan con niños indígenas y no indígenas. Pasado mañana retornarán a Oaxaca.
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Caminan por avenida Independencia, Centro de Ciudad de México, y a su paso algunas personas los identifican y se toma fotos con ellos. Es la segunda generación de los llamados Campeones Descalzos de la Montaña.
Y aquí están, reunidos en el vestíbulo del hotel; hay cuatro niñas: tres de Valles Centrales y una de la Sierra Norte, cerca de Guelatao, donde nació Benito Juárez.
Mara Estrada López, de 12 años, cursa el segundo año de secundaria. Dice que participa en el equipo porque le gusta el baloncesto y viajar. La escucha el profesor Merino, quien aclara:
“Muchos llegan porque piensan que es un pasatiempo, pero no, lo que queremos es que estudien, que progresen; es lo que quieren sus papás”.
Molly Mariana Ruiz Galván, de 13 años, pasó al segundo grado de secundaria: “Se me hace un deporte muy completo; además, mi papá lo practicaba y desde ahí me llamó la atención”.
Junto a Molly está Samanta Leyva Martínez, de 15 años, quien estudia el tercer semestre en el Colegio de Bachilleres de Oaxaca. Es oriunda de la Sierra Norte. “El básquetbol me gusta mucho”, comenta. “Toda mi familia lo practica”.
Su vecina de asiento, Karol Núñez, de 16 años, estudia el último año de prepa. “Todos mi hermanos juegan básquetbol”, resume, mientras niñas y niños ríen. Pocos extienden sus opiniones. Más bien son escuetos.
Y sonríen.
De los más sueltos para hablar es Gabriel Hernández Aguilar, de 10 años, quien a los ocho empezó a jugar; cursa el quinto año de la primaria. Es de Santa Cruz Río Venado.
—¿Por qué el básquetbol?
—Porque quiero salir adelante, quiero visitar más ciudades y estados; sí, estoy orgulloso, y mi familia está feliz.
Su mamá trabaja en una tienda y su papá en el campo. Antes de formar parte del equipo, dice, trabajaba en la milpa y cortaba jitomates. Tiene tres hermanos: de uno, tres y cuatro años.
Junto a Gabriel está Josué Emanuel Merino, de 10 años, nacido en Agua Fría, San Juan Copala, de donde es su padre; su mamá, en cambio, es del Istmo de Tehuantepec.
“De chiquito me gustaba el futbol; pero mi papá me llevaba a los partidos de básquet a los campamentos y a los campeonatos; empecé a entrenar y luego hice mi equipo”, comenta y corrige: “Bueno, mi papá”.
Es noche de viernes y tienen que dormir. “El objetivo es que mediante el deporte los niños triquis puedan tener oportunidades de estudio y de superación”, comenta Pascual de Jesús González, quien hace años llegó muy joven a la capital del país, procedente de aquella región, y ahora impulsa a sus paisanos y busca beneficios desde la trinchera urbana.