Cultura

El Príncipe ha muerto, viva El Príncipe

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En todas partes se escucha su voz. Las frases de sus canciones son tarareadas por niños y adultos. Niños que heredaron el gusto de sus padres y ahora tratan de imitar al ídolo. Lo hacen en diferentes foros. La calle es propicia. Algunas parejas, adultas y jóvenes, ensimismadas, aguantan la respiración y suspiran, sueltan el huelgo y a veces una lágrima; sobre todo cuando pasan por algún punto que les recuerde la estancia del ídolo, como El Patio, el centro nocturno de la calle Atenas, colonia Juárez, en ruinas desde hace años, donde el cantante tuvo una de sus simbólicas presentaciones.

El Príncipe ha muerto, viva El Príncipe. La gente aplaude y suspira. Es preferible el recuerdo. “Aquí, mire, aquí lo tengo”, dice la señora, rostro sudoroso, mientras sostiene una fotografía del cantante José José, El Príncipe de la Canción, como le decían, quien murió el pasado 28 de septiembre, a los 71 años, en Miami, Florida, y entonces nació el mito y creció el alboroto, pues pocos sabían dónde estaba el cadáver, del que una de sus hijas negaba el paradero. Pasaron las horas entre pleitos familiares, hasta que intervino el gobierno mexicano y en apariencia los deudos se reconciliaron.

Y lo que ahora hacen sus admiradores, muchos crecidos y enlazados al calor de sus canciones, es homenajearlo; uno de los devotos, incluso, dice haberlo conocido en persona. Es Joaquín Maza Martínez, de 82 años, quien desde una banca de la Alameda Central observa a imitadores que forman una hilera para entonar canciones. Es grande el esfuerzo que hacen por alcanzar el tono que hizo famoso a José Rómulo Sosa Ortiz, nacido hace 71 años en la colonia Clavería, entonces delegación Azcapotzalco.

Y aquí, en una de las bancas de la Alameda Central permanece Maza Martínez, quien hace medio siglo vivía en la colonia Guerrero. En aquellos años trabajó en restaurantes como capitán de meseros. Los recuerdos se le vienen encima. Su voz apenas se escucha.

En aquella fecha tenía 32 años. Le tocó atender una reunión en la casona de Dolores Olmedo, precursora del feminismo en México y musa del muralista mexicano Diego Rivera.

Ahí conoció a José José.

Y lo atraparía su generosidad.

***

En el homenaje a José José, organizado por el Gobierno de Ciudad de México en la Alameda Central, la gente se apiña alrededor del kiosco. Una conductora los convoca a participar.

Tararean las canciones interpretadas por quienes intentan imitar al cantor. Hay parejas de todas las edades. No importa el solazo.

La señora Sandra Reséndiz, originaria de Cárdenas, Tabasco,  anda de visita en Ciudad de México. Fue atraída por el homenaje.

En 1980, cuando la conoció el que sería su esposo, ella tenía 20 años de edad. Ahora tararea la canción que le cantó de novio. Parece extasiada.

—¿Qué le recuerda esa canción?

—Que, como todo ser humano, todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar —dice, en medio de la boruca.

Tiene como vecina a otra señora, ésta de la colonia Gertrudis Sánchez, Ciudad de México, quien tenía cinco años cuando empezó a escuchar a José José.

—¿De cuáles se acuerda?

—De “El Triste”, “Lo pasado pasado”.

Los imitadores, algunos desafinados, se turnan el karaoke. Uno de ellos  interpreta “Lo que no fue no será”. La gente lo escucha de pie, sentada en banquetas y sobre el pasto. Pululan parejas de jóvenes.

“Dedico esta canción a todas las mamás de México, porque ellas saben bien la diferencia entre amar y querer, pero pocos saben amar”, dice una adolescente al micrófono. Tiene la voz afinada.

Después de la muchacha sigue un imitador que canta “40 y 20”, “para todos los hermanos del mundo”, pero al terminar le piden otra, “y una más para llevar”, agrega uno de dos alegres amigos que echan relajo.

Uno de ellos, Erick Márquez, de 34 años, del municipio de Tecámac, Estado de México, comenta que de joven memorizó las canciones de José José porque las oía de sus padres.

“Yo le llegué a mi novia con las de José José”, dice, mientras sonríe y menciona “Amor, amor” y “Piel de azúcar”.

Lo acompaña Roberto Mogollán, de 27 años, de Ciudad Nezahualcóyotl, quien pide en voz baja que “ya no dejen ir” al imitador, quien se despide con una reverencia al estilo de José José.

“Todavía faltan diez canciones del disco”, agrega Márquez, mientras Mogollán recuerda que de niño, cuando acompañaba a su padre a entregar mercancía en el mercado Hidalgo, escuchaba a José José en una estación de radio llamada Bésame, en el cuadrante 940 de amplitud modulada.  

—¿Y más o menos cuánto tiempo le dedicaban?

—Una hora; de ahí me agarré.

***

En aquel entonces, hace 50 años, Joaquín Masa Martínez trabajaba de mesero en un hotel de Polanco. Lo comisionaron para que atendiera a Dolores Olmedo y sus invitados.

—¿Qué le recuerda José José? —se le pregunta.

—Todo lo bueno. Yo tuve la dicha de hablar con él. Me mandaron a un servicio a la casa de Dolores Olmedo, en Xochimilco. Había 12 personas, entre ellas José José.

—¿Y qué recuerda?

—Todo, todo, por muchas razones.

—¿Una, por ejemplo?

—Recuerdo que me llamó la señora Dolores Olmedo y me dijo: “Capi, le pido un favor: no le dé ni una copa a José José”. Y José José me puso una mano en el hombro y me dijo: “No se preocupe, capi, no le voy a pedir nada”.

—¿Y después?

—Pues al terminar el servicio, como yo vivía lejos, en la colonia Guerrero, Dolores Olmedo le dijo a José José que si por favor me daba un aventón, él aceptó y me dejó en la Diana Cazadora, pero antes me regaló cinco discos autografiados.

Ese era José José. 

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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