El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, plantea cobrar más impuestos a los ricos, con lo que pretende aumentar las recaudaciones, reducir el déficit fiscal y además tratar de nivelar el escenario de desigualdad. Biden dijo que durante mucho tiempo la economía ha dejado atrás a la gente trabajadora, en tanto los más pudientes se salen con la suya en todo. Con su proyecto de presupuesto pretende cobrarle más a los multimillonarios, así como también a las personas que ganen más de 400 mil dólares al año. Y aunque ya saltaron las voces contrarias a la idea, no es la primera iniciativa que busca concretar acciones que favorezcan una menor desigualdad económica.
El economista Thomas Pikkety, autor del libro El capital del Siglo XXI, tiene tiempo hablando de la necesidad de aplicar impuestos progresivos al capital financiero, es decir que paguen más tributos los que más dinero ganan. Una de sus preocupaciones es la gran desigualdad a nivel mundial, en un contexto en el que los multimillonarios se enriquecen cada vez más mientras la pobreza se extiende y alcanza a millones de seres humanos. Hay una necesidad de equilibrar el escenario y favorecer la movilidad social, es decir que más personas tengan probabilidades reales de salir de la pobreza y acceder a un nivel superior de calidad de vida.
En el mismo sentido, desde hace muchos años la organización Oxfam Internacional ha venido advirtiendo sobre el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, pero no sólo como una cuestión de distancia de ingresos sino en la cantidad de personas de uno y otro lado: mientras que los millonarios son pocos, los que viven en la pobreza se cuentan por millones. Y la distancia entre la formas vida entre unos y otros es cada vez más abismal. En América Latina hay más de 200 millones de personas en condiciones de pobreza, así como 81 millones de personas en pobreza extrema, es decir que ya ni siquiera pueden cubrir los costos de la alimentación más básica.
Vivimos en sociedades desiguales en lo económico y en lo social. Detrás de esta desproporción gigantesca en la riqueza hay un abismo de precariedad en la calidad de vida, en los empleos, la salud, la educación y el quehacer cotidiano. Para ser más claro: millones de personas no tienen recursos para comer bien, para ir al médico, comprarse medicamentos o un libro para estudiar. Y esto genera un círculo vicioso de personas que no pueden estudiar porque viven en pobreza, pero al no estudiar no pueden salir de la pobreza.
Además de pensar en impuestos progresivos, hay que apuntar a las acciones que realmente pueden disminuir la desigualdad: invertir más y mejor en la educación, favorecer la calidad de los empleos y la recuperación de los salarios, invertir en ciencia y tecnología, así como apostar por las políticas públicas que favorezcan lo social, la salud y que incrementen la movilidad social. Si Biden está preocupado por la desigualdad, en América Latina -el subcontinente más desigual del mundo- ya deberíamos estar muy apurados por nivelar la cancha.
Héctor Farina Ojeda