Más de dos terceras partes de la riqueza que se genera en el mundo se encuentran en el sector de servicios y provienen directamente del conocimiento. Ciertamente, estamos en los tiempos de la economía del conocimiento en donde la principal fuente de generación de riqueza es el saber, y por eso son tan importantes la educación, la ciencia y la tecnología, la investigación. Y precisamente por todo esto no debería sorprendernos que las economías más desarrolladas del mundo sean aquellas en donde la educación es de mejor calidad, mientras que las economías más precarias y con más altos niveles de pobreza se encuentran en donde la educación es más deficiente.
Cuando se habla de la pobreza en América Latina se suelen presentar indicadores y cifras que dan cuenta de la magnitud del problema: más de 200 millones de personas viven en condiciones de pobreza en esta región, además de que la desigualdad entre ricos y pobres es la más profunda del mundo. Pero detrás de estos números crudos y dolorosos, hay una pobreza que incuba muchos de los males sociales que padecen los latinoamericanos: la pobreza educativa que nos dice que hay graves carencias en cuanto a lectura, matemáticas, ciencia, investigación y, en general, en la educación.
Los datos dicen que en las últimas pruebas Pisa -realizadas en 2022-, el 75 por ciento de los estudiantes de 15 años estaban por debajo del nivel de competencia básica en matemáticas, en tanto el 55 por ciento estaba por debajo del nivel de competencia básica en lectura. Lo mismo pasa con la evaluación en ciencias en la que los estudiantes están debajo del promedio requerido. En el caso mexicano, dos de cada tres estudiantes no alcanza el nivel básico en matemáticas y lectura.
Si lo pensamos desde la inversión, los datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) dan cuenta de que el promedio latinoamericano de inversión en educación es de 4.2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que la recomendación es que por lo menos se destine el 6 por ciento del PIB. Y en el caso de ciencia y tecnología, los países latinoamericanos se encuentran todavía más rezagados: apenas destinan el 0.6 por ciento del PIB en promedio, mientras que los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) superan el 2.5 por ciento. Y más lejos están países como Corea del Sur, que invierte más del 4 por ciento del PIB en ciencia y tecnología.
En tiempos del conocimiento, la verdadera pobreza es la educativa. La incapacidad de comprender lo que se lee o de resolver problemas matemáticos nos limita en todos los ámbitos de la economía. Con una educación precaria y atrasada es muy complicado tener éxito en un tiempo que demanda conocimiento, especialización, innovación y capacidad creativa. En tiempos de robots, algoritmos e inteligencias artificiales es más que urgente desarrollar una educación de calidad que nos permita enfrentar las complejidades de un mundo cambiante.