Política

El arriesgado gambito de López Obrador (I / II)

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  • Guillermo Colín

Finalmente llegó a Monterrey la catástrofe biológica mundial que esta columna analizó hace pocas semanas (“La pesadilla que puede sobrevenir en NL” / Milenio 27.02.20). Por la reacción presidencial ante ella, el país se embarcó en sus procelosas aguas sin una guía emergente de acciones que se apreciara definida, oportuna y certera, salvo por sus prosélitos acríticos que en todo vieron un plan maestro presto a ser arruinado por sus detractores.

Luego de la laxitud de la 4T para tratar al feminismo en su justa dimensión de movimiento de izquierda, AMLO prefirió profesar un huidizo “humanismo” del que nadie se sintió aludido frente a las reclamaciones feministas para garantizarse seguridad personal. A continuación de este lance del que no salió bien librado siguió categorizar al coronavirus como fenómeno que no había que tomar demasiado en serio. Con las percepciones públicas en un grito, AMLO pareció perder la posibilidad de marcar agenda en la opinión pública por primera vez desde su ascenso al poder.

El gambito lópezobradorista en la emergencia nacional contra el coronavirus bien a bien no se entendió. En un mar de imágenes mundiales sombrías y sobrecogedoras, con países cerrando fronteras y aeropuertos, y restringiendo la movilidad de sus ciudadanos, México siguió luciendo abierto de par en par, festivo y masivo. Con un presidente en baños de multitudes opuesto a lo recomendado: besos y abrazos. El festival Vive Latino se llevó a cabo en la Ciudad de México y por poco el concierto Pa’l Norte se verificaba en Monterrey, donde aún anoche no cerraban los bares de la zona hotelera y los paseantes los disfrutaban. ¿Estrategias deliberadas o desbarres inadvertidos? Los dislates motivaron todo tipo de señalamientos críticos tanto en México como en el extranjero.

Los poderes del país entero lucieron pasmados e impávidos sin liderazgo unificador, desperdiciando lastimosamente un tiempo valiosísimo. Cuando ya fue inevitable encarar lo inminente, lo más probable es que haya sido demasiado tarde. Por lo menos un día después de anunciar el cierre de escuelas públicas eran tanta la desaprehensión entre la población regiomontana que ésta de manera desenfadada se hizo multitud por dos o tres días en la presa de La Boca.

Y otra muchedumbre semejante abarrotó las playas de Tampico. La diversión que hayan obtenido acaso pudo ser la última en muchos meses por venir. Antes, vaciaron los anaqueles de los supermercados de papel sanitario. Compraron los rollos por cientos en una bizarra cuan ridícula acción colectiva cuyo propósito nadie entendió.

A nivel federal, para tratar de recuperar la narrativa y seguir alargando las decisiones con costo político, se introdujo la idea que todo iba a pedir de boca conforme a un plan de 3 fases. Así todo lo que no se hacía en una supuesta primera etapa era porque vendría en las posteriores, aunque el sentido común dictaba que no necesariamente era así, habida cuenta del patrón de reproducción y diseminación del virus.

En Nuevo León, en ausencia virtual del silente gobernador Jaime Rodríguez, el secretario de Salud, Manuel de la O, más allá de absurdas generalidades retóricas con sello AMLO (“estamos preparados”) se limitó a reportar que en su dependencia hay 250 trajes especiales para los médicos en contacto con los infectados, cifra escalofriante si se ven las tasas de pacientes infectados en los países que ya sufren la pandemia.

El propio AMLO en los primeros días de la contingencia minimizó la amenaza y apostó a que no sería tal. Para demostrar el lugar de prioridades que le merecía a su gobierno el coronavirus, se hizo acompañar no de su secretario de Salud, Alcocer Varela, sino de un subsecretario tecnócrata, López-Gatell (“el Presidente no contagia”).

AMLO invocó una fraseología a ratos obvia (“vamos a enfrentar la epidemia”), a ratos mistificadora (“el escudo protector es la honestidad”) y finalmente de catequista civil exhibió amuletos obsequiados a él por gente del pueblo que dijo lo protegen. Su parsimonia para decirlo hizo la delicia de feroces editores en redes sociales, quienes de inmediato sacaron de contexto sus dichos. La imagen en el imaginario colectivo quedó indeleble; estampitas con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús (“Detente” en el folclor devocionario) mostradas por AMLO como parte de su estrategia contra la pandemia.

Un detente, según Wikipedia, es un escapulario, chapa o trozo de tela con la leyenda “Detente, bala” o “Tente, bala” que llevaban junto al corazón algunos soldados de las distintas guerras españolas de los siglos XIX y XX. Dicha leyenda venía con una representación del Sagrado Corazón de Jesús. Esos amuletos, según dejó entrever AMLO, son su protección contra el coronavirus.

Armado de tales invocaciones religiosas contra lo maligno (“detente, paralízate, retrocede”), López Obrador apuesta a vencer quizá las más grave amenaza biológica que haya enfrentado México en su historia (y a su gobierno). _

gcolin@mail.com

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