Antes que nada: Gil lo leyó en su periódico El Universal. Una serie de audios grabados por el magistrado Alberto Roldán Olvera evidenciarían posibles presiones a jueces por parte del círculo cercano del ex presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, para obtener resoluciones judiciales. Los audios difundidos en el noticiario En Punto de Televisa, presuntamente fueron grabados por el magistrado Roldán Olvera, quien en 2020 se desempeñaba como titular del Juzgado Quinto de Distrito en materia de amparo, y recibió el caso de Frida Martínez Zamora, ex secretaria general de la Policía Federal, quien enfrentaba un proceso penal por un presunto fraude de cerca de 2 mil 500 millones de pesos.
De atrás le viene la cosa: el magistrado Alberto Roldán aseguró que fue presionado en los años 2020 y 2021 por Carlos Antonio Alpízar Salazar, quien se desempeñaba como secretario general de la Presidencia del Consejo de la Judicatura Federal, durante el periodo de Arturo Zaldívar, y por el magistrado Constancio Carrasco, para conceder el amparo a Frida Martínez en contra de una posible orden de aprehensión. La osa está que arde (sí, las osas arden).
Agarre la onda, magistrado
Según los audios, se le explicó al juez que el caso se trataba de “un tema trascendental para la institución”: “No te estamos pidiendo que hagas algo indebido, jamás lo haríamos, y jamás te lo pediríamos, simplemente nosotros lo hemos estudiado, lo hemos platicado con el presidente de la SCJN, hemos debatido esto con el presidente, trae muy claro el tema, lo conoce muy bien; inclusive él dijo ‘oye, pudiera ser por acá’, o sea, honestamente, como lo está diciendo Constancio y coincide con el presidente. Entonces, no es bajar una línea, por supuesto que no, jamás lo haríamos, está muy claro el tema y que nos ayudaras un poquito a sensibilizar ese tema, de esa manera te lo pido yo encarecidamente. Es un tema trascendental para la institución”.
A Roldán Olvera se le presionó para acelerar la resolución pero decidió no ceder a las presiones y postergó la resolución, por lo que fue cambiado de inscripción a Morelia, lo que consideró como un castigo. Se llevan duro los jueces, se saben cosas, se meten zancadillas, se persiguen.
El rayo de la conspiración
Como relámpago y rayo, Zaldívar denunció “golpeteo” de la ministra Norma Piña. El ex ministro Arturo Zaldívar responsabilizó a la presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, de filtrar documentos referentes a diversas indagatorias que se realizan en el Consejo de la Judicatura Federal con relación a denuncias anónimas interpuestas en su contra por supuestos actos de corrupción. Ahora mal sin bien: en entrevista con Ciro Gómez Leyva, para Radio Fórmula, Zaldívar dijo que “es una clara intencionalidad político electoral, de parte de la ministra Norma Piña que está usando todo el poder del Poder Judicial de la Federación para denostar y para evidenciar investigaciones” violando el proceso. Todo el mundo sabe que grabar y difundir el contenido de las grabaciones es un acto ilegal, salvo por orden expresa de la autoridad. Correcto, pero las personas no se pueden tapar los oídos y no oír al magistrado pedir una “ayudadita” y luego ver cómo lo destierran por posponer la orden de sus superiores. Morelia no está nada mal, antes los mandaban a Siberia.
Por cierto, el 16 de abril, el ex magistrado y cercano colaborador del equipo de la candidata Sheinbaum anunció que promovería un juicio político en contra de la ministra Norma Piña por supuesta “intervención en el proceso electoral”, y aseguró que sus colaboradores no se reunieron nunca con jueces ni magistrados para presionarlos o tratar asuntos particulares.
¿Nadie lo dudaría? ¿O sí? ¿Usted lo dudaría? Gilga, sí, y supone que las llamadas son reales y las presiones también. La inferencia suele ser muy útil para aclarar casos misteriosos, no para demostrar jurídicamente, o para dictar una sentencia, solo para ver más claro el horizonte.
Todo es muy raro, caracho, como diría Einstein: “Al que se erige en juez de la verdad y el conocimiento, los dioses lo desalientan a carcajadas”.
Gil s’en va