Política

Milan Kundera

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“Los libros se publican con caracteres cada vez más pequeños; imagino el fin de la literatura: poco a poco, sin que nadie se dé cuenta, los caracteres disminuirán hasta hacerse completamente invisibles”, escribió el autor checo en El arte de la novela...

Gil recordó los días en que leyó libro tras libro la obra de Milan Kundera. Desde La broma (1967) hasta La fiesta de la ignorancia (2013). Gamés no exagera si dice que los libros de Kundera cambiaron algo en él. Hace años, Gilga publicó en esta página algunos párrafos subrayados de El arte de la novela (Editorial Vuelta, 1988) y los pone a recircular. En el prólogo, Kundera afirma: “este libro no es sino la confesión de un ‘practicante’”.

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El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad. Cada novela dice al lector: “Las cosas son más complicadas de lo que tú crees”. Ésa es la verdad eterna de la novela que cada vez se deja oír menos en el barullo de las respuestas simples y rápidas que preceden a la pregunta y la excluyen.

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El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela. Pero el espíritu de nuestro tiempo se ha fijado en la actualidad, que es tan expansiva, tan amplia que rechaza el pasado de nuestro horizonte y reduce el tiempo al único segundo presente. Metida en este sistema, la novela ya no es obra (algo destinado a perdurar, a unir el pasado al porvenir), sino un hecho de actualidad como tantos otros, un gesto sin futuro.

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Antaño, yo también consideré que el porvenir era el único juez competente de nuestras obras y de nuestros actos. Sólo más tarde comprendí que el flirteo con el porvenir es el peor de los conformismos, la cobarde adulación del más fuerte. Porque el porvenir es siempre más fuerte que el presente. Él es el que, en efecto, nos juzgará. Y por supuesto, sin competencia alguna.

Pero, si el porvenir no representa un valor para mí, ¿a quién o a qué me siento ligado?: ¿a Dios?, ¿a la patria?, ¿al pueblo?, ¿al individuo?

Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes.

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Aprehender un yo quiere decir, en mis novelas, aprehender la esencia de sus problemas existenciales. Aprehender su código existencial. Al escribir La insoportable levedad del ser me di cuenta de que el código de tal o cual personaje se compone de algunas palabras clave. Para Teresa: el cuerpo, el alma, el vértigo, la debilidad, el idilio, el Paraíso. Para Tomás: la levedad, el peso.

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La novela conoce el inconsciente antes que Freud, la lucha de clases antes que Marx, practica la fenomenología (la búsqueda de la esencia de las situaciones humanas) antes que los fenomenólogos. ¡Qué fabulosas “descripciones fenomenológicas” las de Proust, quien no conoció a fenomenólogo alguno!

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Hay que comprender lo que es la novela. Un historiador relata acontecimientos que han tenido lugar. Por el contrario, el crimen de Raskólnikov jamás ha visto la luz del día. La novela no examina la realidad sino su existencia. Y la existencia no es lo que ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz.

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Hasta los veinticinco años me sentía mucho más atraído por la música que por la literatura. Lo mejor que hice en aquel entonces fue una composición para cuatro instrumentos: piano, viola, clarinete y batería. Prefiguraba casi caricaturescamente la arquitectura de mis novelas, cuya existencia futura, por aquel entonces, ni siquiera sospechaba.

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Los libros se publican con caracteres cada vez más pequeños. Imagino el fin de la literatura: poco a poco, sin que nadie se dé cuenta, los caracteres disminuirán hasta hacerse completamente invisibles.

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¡Maldito sea el escritor que primero permitió a un periodista que reprodujera libremente sus comentarios! Dio inicio al proceso que no podrá sino conducir a la desaparición del escritor: el que lo hace responsable de cada una de sus palabras. […] Hace un tiempo tomé una decisión: nunca más una entrevista. Salvo los diálogos, corredactados por mí y acompañados de mi copyright. A partir de esta fecha, todo comentario mío de segunda mano debe ser considerado como falso.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos.  Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la frase de Émile Zola por el mantel tan blanco: “Sabe demasiado para ser novelista”.

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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