Política

'La Casa de los Famosos'

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Gil pisó una trampa de la imprudencia. El destino no mandaba que Gamés tuviera que prender la televisión a las ocho y media de la noche del domingo. Si de por sí ya nadie ve la televisión, pero necio el Gilga. Y de pronto ahí estaba una cosa que se llama La Casa de los Famosos. En principio, se trata de un programa de concursos en el cual un grupo de subnormales que aparecen o aparecieron en algunas emisiones de la televisión se encierran en una casa, como ocurría en el Big Brother, y se dedican a hacerse la vida de cuadros.

Gil no sabe de qué va la pelea, la verdad, pero comparten una casa durante más de dos meses. Hasta donde Gamés entendió, el ganador se llevará cuatro millones de pesos, no es la gran cosa, pero tampoco es nada. Y desayunan huevos revueltos y toman café y hacen concursos muy interesantes para tontos y hablan mal los unos de los otros.

La conductora del programa es Galilea Montijo. Nada más les dice Gil esto: si Gali se hace otra liposucción el público le verá los hígados. También puede ser que ella se inyecte cada noche el Ozempic, Semaglutida, tratamiento de moda para bajar de peso. Galilea se presenta ante los concursantes los miércoles de nominación y los domingos de eliminación y luce muy bien con unos vestidos de un gusto digamos peculiar.

Unos jueces

Afuera de la casa hay unos señores y señoras que opinan del drama puertas adentro. El más cretino se llama René Franco, un locutor de radio que usa sombrero y habla como si de verdad supiera hablar con un tonito de crítico de artes plásticas de Nueva York.

Gil tiembla de emoción, pues se enteró de que se acerca la final de finales. Gamés cree que todo se decidirá entre Mario Bezares y Arath De la Torre. Sí, el mismísimo Bezares de Paco Stanley, pero con diez operaciones en la cara. Y Arath llora, sí, señores y señores, llora porque dice que ha sido muy difícil estar metido en la casa tragando los caldos que cocinan otros y reposando, sin hacer nada de nada. Qué difícil.

En una cosa que se llama Sala de Eliminación todos le enseñan al público cómo traicionar a alguien cercano. Arath habla como el jefe de la tribu y unas chicas cuyo nombre ignora Gilga lo oyen como si oyeran al papa Francisco.

Mientras la estupidez ocurre, Gali publicita productos y la televisora incurre en paquetes de veinte anuncios de corrido. Los subnormales gritan, ríen, lloran y dicen cosas que les parecen importantes.

Éxito

Ahora mal sin bien, Gilga no puede dejar de preguntarse cómo un programa para estúpidos puede tener tanto éxito. Le dicen a Gamés que así es en el mundo entero. De acuerdo, entonces el mundo entero está mal. Unos tontos les hablan a otros tontos sobre la estupidez y los estúpidos se emocionan con la tontería de los otros, un juego de espejos muy raro.

La Casa de los Famosos va mucho más allá del espectáculo de la privacidad. Gil se pone muy serio: un poco el X, el Instagram, el Facebook, la exhibición de la intimidad. De eso tratan al final las redes y La Casa de los Famosos: ¿qué comimos, qué dijimos, a dónde fuimos? Todo debe ser público, lo privado no existe y pierde todo el interés si se guarda en la caja de lo privado.

El no deseo

No deja de ser raro para Gilga que en este cuadro de la tontería el falso deseo domine la escena. Arath abraza a Mayito que abraza a dos mujeres y derraman lágrimas y se besan y se estrechan, qué dice Gil estrechar, se aprietan durísimo cuerpo contra cuerpo. ¡Lo logramos!, gritan, y el pobre Gamés se pregunta: ¿qué lograron?

La banalidad y la frivolidad son características que Vargas Llosa vio en la civilización del espectáculo (…) el entretenimiento se convierte en una dictadura que coarta la libertad de las personas porque no utilizan su libertad para progresar y cultivarse. Oh, sí.

Todo es muy raro caracho, como diría Vargas Llosa: “La cultura se transmite a través de la familia y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada, el resultado es el deterioro de la cultura”. 

Gil s’en va


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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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