En México se ha hablado mucho del estilo personal de gobernar. Caricaturizando el concepto, podríamos decir que se trata del sello del mandatario en turno le imprime a su mandato.
Los presidentes, especialmente los últimos seis, antes de investirse como mandatarios, fueron un producto político, fueron actores. Como tales, la mayoría respondía a una narrativa y a un personaje, y desde ahí, contaban una historia propia, una de país y un horizonte de futuro.
Al ser producto y actor, el candidato ganador solía importar a su periodo de gobierno al personaje. Muchas veces, si no es que la mayoría, el ciudadano nunca sabrá quién habita debajo de la piel del político, el personaje y el actor tienen el mando. Podrán presentarse serios o dicharacheros, reformadores o legalistas, de mano dura o negociadores, nunca sabrás realmente quienes son.
En esta puesta teatral, el estilo personal de gobernar, más que revelar quién es el actor, revela sus gestos, sus fobias y filias, sus miedos y obsesiones. Sin embargo, el estilo personal de gobernar tiene un límite claro, el del orden constitucional, el de las instituciones, el de los contrapesos y especialmente el de la realidad.
Hoy en México esta viviendo una puesta teatral inusitada. El actor se llama Andrés Manuel López Obrador y lleva más de 40 años en la política. Ha desempeñado el rol del poder cuando militó en el PRI, después del PRI interpretó el papel del opositor y se sumó al coalición que postuló al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia en 1988. Posteriormente le dieron el papel de dirigente del Partido de la Revolución Democrática. Fue legislador por ese partido y Jefe de Gobierno del Distrito federal, posición que usó para construir al personaje del candidato presidencial, el cual desempeñó durante 18 años, cuando en julio del año pasado, finalmente ganó la Presidencia de la República.
Lo inusitado de la actual puesta teatral es que tenemos a un actor para el que el estilo personal de gobernar lo es todo: ni el diseño institucional, ni la constitución, ni los contrapesos o la realidad son un límite.
AMLO gobierna haciendo campaña, estirando al personaje. Detrás de sus gestos y palabras hay un gozo, el de humillar a quienes derrotó; de mandar linchar al que disiente; de humillar a quien le renuncia y calificarlo de algo que cree un insulto, llamándolo neoliberal.
Solo él entiende en qué consiste el cambio, porque el cambio inicia y termina en él. En su estilo no hay espacio para las ideas o el debate, mucho menos para el diseño de políticas fundamentadas en evidencias. Él es el camino, la verdad y la vida. Con su experiencia y conocimiento basta y sobra.
El problema de que el gobierno se base exclusivamente en el estilo personal del gobernante es el empobrecimiento gradual de las capacidades del gobierno, el desmantelamiento del estado, la pérdida de capital social y el voluntarismo idiota.
El estilo personal de AMLO convirtió a su movimiento en religión y al gobierno en una fábrica de redención, pero hay dos temas de los que ni rezando nos salvamos, seguridad y economía. Si en estos campos no hay resultados pronto, el estilo personal se volverá su ruina.
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