La penosa declaración que hizo el presidente López, en la que se compara con Jesucristo, es una cortina de humo para desviar la atención del tema del momento: Culiacán.
Pese al escapismo, el horror acontecido por el operativo fallido sigue ahí. Culiacán es un ejemplo más de cómo funciona la mal llamada cuarta transformación. Actúa desde la opacidad. No planea, no analiza, no ve escenarios, no previene; provoca afectaciones, no asume su responsabilidad, ni reconoce los errores, y cuando la realidad llega, voceros y aplaudidores terminan por culpar a terceros para luego convertir los desatinos en actos heroicos o “humanistas”.
Lo curioso es que el gobierno federal es muy bueno para meterse en problemas y mejor aún pasa salir de ellos. No hay crisis a la que no le den la vuelta. No hay tema que de espinoso, pase terso. Las abolladuras a la popularidad son mínimas. La aprobación presidencial sigue por los cielos y con ello, se aleja la posibilidad de corregir el rumbo.
Por inercia, quienes opinamos, hemos replicado el estribillo de que existe una estrategia de seguridad. La realidad es otra. Hay un intento por atender las causas de la inseguridad, que para colmo, no podemos saber si funcionará o no a corto y mediano plazo. Si la lógica detrás de los abrazos, no balazos, era darle a los jóvenes alternativas para rechazar la vida criminal, el mismo estado que da becas y apoyos, decidió anular la posibilidad de medir la eficacia de dicha política. El único indicador de las políticas es lo que diga el presidente.
Ahora bien, si por estrategia de seguridad entendemos la renuncia a enfrentar a grupos criminales, a descabezar bandas y disminuir decomisos de drogas, podemos decir que la estrategia está resultando muy efectiva, pero para los narcotraficantes. Nadie los molesta, nadie los incómoda. Gozan de plena libertad para ordenar asesinatos, para disputar ciudades y comunidades en absoluta impunidad. Vienen y van en caravanas, armados hasta los dientes sin que ninguna autoridad les salga al quite. Conquistan territorios, cobran derecho de piso, venden lo que quieren, donde quieren. Nadie los va a molestar, son pueblo.
El problema de tener un presidente que se autoengaña y que engaña a los ciudadanos con su discurso de pacificación, es que los grupos criminales siguen controlando territorios, infiltrando gobiernos, carcomiendo desde sus entrañas a las corporaciones de seguridad. A la par de esto, la gestión de López seguirá rompiendo récords negativos, comenzando con el de los homicidios y siguiendo con los económicos y la fantasía que deliberadamente construye terminará por hacer que el país se hunda más y más.
Culiacán nos demostró que hay un poder real, capaz de poner de rodillas a un gobierno y a una ciudad entera. También dejó una enseñanza para otros grupos criminales sobre cómo hacerle frente al Estado. Estoy seguro que el ejército y las fuerzas de seguridad lo han entendido, pero también, que están a merced de un líder que no cambiará su forma de proceder. Para López, primero está él y luego él. Nada debe interponerse entre su megalomanía y la realidad, así sea Jesucristo.