Algunos analistas han sugerido que el electorado chileno ha dado un giro inesperado en sus preferencias electorales. El próximo presidente de este país se considera de “ultraderecha”, entre otras cosas, por haber estado a favor del exdictador Pinochet hace más de 35 años, estar a favor del aborto y promover una agenda en contra de la migración y la inseguridad.
El sistema electoral chileno tiene dos características que procuran la gobernabilidad del país. Un sistema de votación que elige a su presidente en dos procesos electorales y el voto obligatorio. Si en la primera votación (primera vuelta) el ganador obtiene menos del 50 por ciento de las preferencias, se realiza un segundo proceso entre los candidatos que obtuvieron el primero y segundo lugar. Con ello garantizan que el ganador del segundo proceso (segunda vuelta) tenga una mayoría con la cual gobernar. Esto funciona en un sistema presidencialista. Algunas de las críticas que recibe este sistema son que se crea una mayoría artificial y ello no garantiza necesariamente un buen resultado.
Otros sistemas electorales resuelven estos problemas de otra manera. En sistemas parlamentarios, el primer ministro puede ser electo con una pequeña minoría del electorado y busca alianzas para gobernar con otros partidos. Este es el caso de muchas democracias europeas. La crítica a este modelo es que genera gobierno con equilibrios muy frágiles que no se sostienen por largos periodos de tiempo (el mejor ejemplo de esto es Italia probablemente).
El voto obligatorio – en ambas elecciones votó el 85 por ciento del electorado -- también logra mayor gobernabilidad porque la legitimidad de un gobierno no depende de la participación o de una minoría, si la participación fuera baja. El liderazgo no depende de si el ciudadano está motivado o no para salir a votar. Deben de tomar una decisión sobre quién los gobernará, independientemente de si les gustan las opciones de la boleta, porque está obligado a salir a votar.
Si bien el sistema electoral chileno funciona y ofrece un resultado claro de preferencias electorales, podría ser cuestionado por su resultado final. Si la elección se hubiera resuelto en una sola elección, en la primera vuelta (16 de noviembre pasado) tendríamos un ganador distinto. La ganadora de la primera vuelta fue la candidata de izquierda comunista del PCCh, Unidad por Chile, Jeannette Jara, exministra de Trabajo y Previsión Social, con un poco más de una cuarta parte de las preferencias (26.85%). El segundo lugar lo obtuvo el próximo presidente José Antonio Kast del PRCh (23.93%). En un sistema parlamentario habría ganado nuevamente la izquierda en Chile y habría tenido que hacer coaliciones para una buena gobernanza.
El tercero, cuarto y quinto lugar en esa elección obtuvieron porcentajes significativos, pero muy por debajo del primero y segundo lugar. Franco Parisi del PDG obtuvo 19,71%, Johannes Kaiser del PNL fue votado por el 13.94% del electorado, y Evelyn Matthei del UDI consiguió 12.47 de la votación. Otros tres candidatos obtuvieron menos del 1 o 2 por ciento de las preferencias. Fue una elección muy fraccionada o pulverizada.
Los resultados del ganador de la segunda vuelta no sorprendieron a nadie. Todas las encuestas prelectorales preveían este resultado. En todo caso, la diferencia no se estimaba tan amplia. José Antonio Kast obtuvo 58.16 % de los votos y Jeannette Jara 41.84%. El próximo presidente de Chile obtuvo 35% más de los votos comparado con el primer proceso de noviembre y Jara, solo 15% más.
Es decir que más de la mitad del voto de Kast vino de electores para quienes el “ultraderechista” no era su primera elección o preferencia. Más de una tercera parte del electorado chileno no votó a favor del opositor ganador como primera preferencia, sino más bien en contra de la alternativa oficialista. Jara se percibió como radical y representante de un gobierno con resultados cuestionables en lo económico (crecimiento), inseguridad y migración (los extranjeros representan 10 por ciento de la población).
Jeannette Jara, más allá de su posición ideológica o plataforma electoral, se asocia con un personaje simbólico de la izquierda histórica de Chile, Víctor Jara --aunque no tienen ningún parentesco--. Un cantante identificado con el expresidente Salvador Allende y su gobierno. Hoy día, el estadio donde fueron recluidos los presos políticos producto del golpe de Estado de 1973 lleva su nombre. Irónicamente, más allá de sus propuestas o posiciones, su identidad política hizo que se percibiera como una candidata más radical que el “ultraderechista” Kast.
Sus propuestas proponían resolver los mismos problemas que el candidato ganador: procurar una mejor economía, la inseguridad y la migración. Junto con otras propuestas a favor de un ingreso mínimo para los más vulnerables, horarios laborales más cortos (40 horas semanales), devolución del IVA en medicinas, propuesta de construcción de vivienda, aborto sin causales, entre otras. Visto desde fuera, nada que cualquier candidato socialdemócrata convencional no pudiera ofrecer.
Es difícil afirmar que los chilenos votaron a favor de una propuesta abismalmente distinta al gobierno del que venían. Finalmente, muchas políticas se mantendrán como son los programas sociales. Todo parece indicar que los chilenos, más allá de las identidades ideológicas, votan por resultados de gobierno, o por la credibilidad de sus propuestas, más allá del partido o candidato que las proponga. Al parecer, esta elección se explica más como un voto en contra de un gobierno sin resultados, que a favor del candidato ganador.