Política

Palabrería

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La mayor parte del tiempo los políticos hablan por hablar. Estamos acostumbrados: tienen que dar explicaciones sobre cosas que no entienden o no quieren explicar, a la vez que tratan de inspirar un titular favorable. En general, de lo que dicen, la mitad es mentira y la otra mitad no se entiende —salvo cuando quieren provocar. Sin embargo, sus declaraciones no son del todo insignificantes, la salud del lenguaje dice algo sobre la salud de la vida pública, y la gacetilla más ratonera puede ser útil para el diagnóstico.

Pasado un cierto umbral, la demagogia es pura ostentación del poder: no pretende ni engañar ni convencer a nadie de nada, es una abierta exhibición de impunidad, la de quienes saben que pueden decir cualquier cosa porque nadie los va a llamar a cuentas ni les va a pedir más explicaciones. En un alarde así, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano anunció la semana pasada que sus proyectos se inspiran en las ideas de Emiliano Zapata. Es una payasada, ya lo sé, pero es más que una payasada.

Con cursilería convencional se evoca al “Caudillo del sur”, y se menciona su lucha “por la visibilización de los derechos de las mujeres”, aunque la cosa va de “tierra y libertad” y “la tierra es de quien la trabaja”, por cuyas ideas el agrarismo de Zapata “marcó el rumbo del siglo XX en el mundo entero”. Eso es una figura retórica, una clase particular de hipérbole que técnicamente se llama disparate. Pero da lo mismo. En lo sustantivo, lo que dice el texto es que “plantear una transformación de nuestro modelo de desarrollo agrario y ordenamiento territorial remite necesariamente a Zapata”, y eso incluye “el crecimiento sustentable de las zonas marginadas en las grandes ciudades”. No dicen en qué podría servir lo que haya dicho Zapata hace cien años, pero es que no se trata de eso: ni siquiera están mintiendo, se limitan a hacer exhibición de su poder —pueden decir cualquier cosa.

La demagogia es pura ostentación del poder; es una abierta exhibición de impunidad

La Comisión Nacional de Derechos Humanos, en su crítica del informe del Departamento de Estado estadounidense, optó por el galimatías. En lo que se deja entender, el comunicado desestima el informe porque señala “sólo aquellos elementos que se muestran como problemáticos”, y “no refiere normatividad en que se fundamente realización”, aparte de que “no se indican referencias específicas en términos bibliográficos”. Pero sobre todo se invocan la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, cuya importancia se explica así: “el trabajo en favor de los derechos humanos, para ser valioso y genuino, debe ser ajeno a la intervención de las decisiones soberanas de los Estados” —a tono con el espíritu nostálgico de la Sedatu, la idea está tomada del argumentario más clásico de las dictaduras del siglo veinte (traducido dice: déjennos violar los derechos humanos soberanamente).

Los redactores están a palos con la gramática en cada uno de los párrafos. No es por casualidad. En plan amable, la última línea dice que “podría ser oportuno dar la bienvenida en términos generales a las contribuciones que puedan derivar para la mejor realización de los derechos humanos”. Así habla el Estado.

​Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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