La sociedad estadunidense produce héroes a escala industrial. Los encuentra en todas partes: en el deporte, la música, y desde luego, en el ejército. En esa lista, donde están Sherman, Patton y MacArthur, el más reciente es el general David Petraeus, que tiene además el atractivo trágico de haber mostrado los pies de barro —un poco. Sobre todo se celebra su victoria en Irak: una victoria temporal, dudosa, precaria, pero suficiente para producir titulares de prensa y la aureola del héroe. Hay al menos una docena larga de libros sobre el general y cientos de artículos, la mayoría dedicada a lo que se llama la “doctrina Petraeus”.
La “doctrina” está en el Manual de Contrainsurgencia que firmaron Petraeus y Mattis en 2006, y que en su momento se festejó como un acontecimiento mayor, casi como si se tratara de un nuevo Clausewitz —que desde luego no es. Básicamente, lo que dice el manual es que hay que coordinar la estrategia militar con una campaña de apoyo a la población, que atienda sus necesidades. Era algo que había promovido en Irak el general Chiarelli: apartar a la población de los insurgentes ofreciendo empleos, aunque fuesen temporales, y servicios públicos: drenaje, agua, electricidad y recogida de basura.
En realidad, es algo que ya se hacía en la guerra de Vietnam, la estrategia de limpiar, controlar y conservar, como se llamaba, para ganar las mentes y los corazones de los vietnamitas. Y tampoco entonces era una novedad. Toda guerrilla, como decía Mao, se mueve entre la gente como pez en el agua, y por eso la idea ha sido siempre quitar el agua. Es más viejo que el andar a pie.
El manual de Petraeus dice que muchas veces la insurgencia y el crimen organizado se mezclan hasta ser indiscernibles; dice que la guerra de contrainsurgencia no es justa porque casi todas las reglas favorecen a los insurgentes, y que por ello es fundamental controlar la comunicación, los mensajes que llegan a los medios; dice que el propósito fundamental es separar a la población de los insurgentes, y que para eso es necesario atender las causas por las que los jóvenes se unen a ellos; dice que el esfuerzo militar es indispensable, pero como parte de una estrategia integral que se ocupe de las necesidades de la población mediante programas sociales, económicos, sin descuidar la necesaria unidad de mando. Protestaron algunos mandos de la vieja escuela (“Yo no estoy aquí para preocuparme por la gente, sino para matar enemigos”), pero poca cosa.
Desde entonces, esa es la base de la formación militar estándar norteamericana. En eso se han formado las últimas generaciones de mandos y oficiales del Ejército mexicano, y es la estrategia que han adoptado en el país. En los primeros tiempos, en 2007, dominaba todavía una vieja escuela, de matar enemigos, pero los nuevos cuadros han impuesto finalmente la doctrina Petraeus, incluso en el Plan Nacional de Desarrollo: presión militar, presencia territorial, atención a las necesidades del pueblo para retener a los jóvenes —y unidad de mando. Es una idea más política de la acción militar, una idea militar de la política social. Algo no del todo tranquilizador.