Política

Este viejo nuevo régimen

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Es posible que el incidente de Culiacán del jueves pasado sea recordado por mucho tiempo, también es posible que se olvide porque sucedan cosas mucho peores la semana que viene. Pero está claro que fue algo nunca visto: según quiénes, fue la rendición del Estado mexicano, o fue un ejemplo espléndido de la política del amor. No obstante, así de original y de nunca visto, el episodio también se parece a muchos otros de la historia reciente, y no es una novedad escandalosa. Si se mira así, acaso se entiende un poco mejor.

Para el Presidente es fundamental insistir en que él y su equipo no son iguales a los de antes, y exige enérgicamente que no los comparen, porque no son lo mismo: esto es un nuevo régimen. Curiosamente, muchos de sus críticos piensan también que esto es un cambio catastrófico, de consecuencias incalculables. Mucho del entusiasmo de estos meses, mucho del nerviosismo y el miedo, obedecen a eso. No es tanto lo que sucede, cuanto la manera de interpretar eso que sucede. Y por eso se ha gastado una enorme cantidad de energía, de un lado y otro, en el intento de descubrir lo nuevo y entender qué significa, en qué consiste el nuevo régimen, porque está claro que éste es un nuevo régimen —salvo que a lo mejor no lo es, o no tan nuevo.

El régimen de la transición, en el que vivimos aproximadamente desde fines de los ochenta, tenía bastantes defectos. Tres o cuatro fundamentales. En primer lugar, el poder autónomo, arbitrario, irregular, irresponsable, a la vez insuficiente y excesivo, de los gobernadores. En segundo lugar, la fragilidad dramática, y con frecuencia calamitosa, del poder municipal en casi todo el territorio. En tercer lugar, la debilidad estructural, irreparable, del sistema de procuración de justicia —por donde se mire: recursos, capacitación, independencia, margen de acción. Y algo más: un sistema electoral, un sistema de opinión, una vida pública que favorecían las maniobras de una clase política de un oportunismo rabelesiano. De donde resultaba una muy precaria, intermitente y problemática presencia territorial del Estado.

Nada de eso ha cambiado. Eso era el antiguo régimen, eso es éste. Es exactamente la misma clase política, que hace lo mismo de siempre, solo que con un poco más de descaro porque la ampara la popularidad del Presidente. Los mismos gobernadores, los mismos municipios, el mismo ministerio público, el mismo vacío de poder en el orden territorial. Si se piensa un poco, esto no es nada nuevo, no otro régimen, sino la última expresión: decadente, desarbolada, naufragante, del régimen de la transición.

En otro tiempo, los desajustes los salvaba el PRI. Como sustitución se imaginó una especie de exoesqueleto del Estado a base de órganos autónomos para dar una solución técnica a los problemas de legitimidad y transparencia y eficacia —y poner orden, poner Estado desde el centro. El gobierno actual piensa que es preferible una solución puramente política: centralizada, personal. El régimen es el mismo: el de San Fernando e Iguala, el de Aguililla, Tepochica y Culiacán.

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Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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