Donald Trump fue declarado culpable por 34 cargos. A pesar de ello todo indica que podrá estar en la boleta en noviembre. En Europa, se preparan para votar en unas elecciones marcadas por el ascenso de la ultraderecha nacionalista. Es posible que los europeos elijan el parlamento más ultra en su historia. En India, el nacionalista Modi está en la recta final para una victoria holgada en las elecciones del país más poblado del mundo. Putin se reeligió en Rusia con el 95% de los votos y la China de Xi Jinping se ha radicalizado. La última, el juicio sumarísimo a activistas prodemocracia en Hong Kong. El mundo está girando hacia un momento autoritario muy preocupante. La revancha de los poderosos, diría Moisés Naím.
Frente a este mundo convulso, México tiene riesgos y oportunidades que marcarán los próximos años. De entrada, México necesita una presidenta que entienda la política exterior como un instrumento para defender los intereses nacionales. Andrés Manuel López Obrador decidió aislarse con la doctrina “la mejor política exterior es la política interna”. Sin embargo, aquella decisión supuso que México no aprovechara el contexto internacional para volverse un actor protagónico de la escena global.
Uno de los primeros desafíos para quien gobierne el país será la gestión de la migración. Estados Unidos tendrá elecciones en noviembre y la migración se coloca como uno de los tres temas más importantes para los votantes. Joe Biden ha presionado a México para aumentar los controles sobre la frontera. Esto ha provocado una disminución de los ritmos de entrada de migrantes a Estados Unidos, pero Trump agitará la bandera del muro y la xenofobia. Más allá de militarizar el territorio o hacer inversiones con poco éxito en América Central, México sigue sin tener una política clara en materia migratoria. La imposición de visa por parte de Canadá es también un mensaje electoral en tiempos en donde Justin Trudeau ve como el Partido Conservador le come terreno electoral.
Segundo, las oportunidades económicas derivadas de la tensión entre Estados Unidos y China. México está muy lejos de ser un país atractivo para la inversión. Como lo señala The Economist en su edición semanal, nuestro país pudo haber sido un paraíso de la inversión si López Obrador hubiera entendido la importancia de garantizar el estado de derecho. La cercanía con Estados Unidos es una mina de oro que no se ha traducido en niveles de crecimiento elevados. La cancillería se ha dedicado a gestionar crisis políticas y muy poco a aprovechar el contexto positivo para la economía mexicana.

Tercero, México debe volver a los años de prestigio en materia de intermediación política. La política exterior mexicana en el sexenio de López Obrador ha sido altamente ideológica. Más que la persecución de ideales como la democracia, la libertad, la justicia o la resolución pacífica de los conflictos, la diplomacia mexicana ha estado dispuesto a ponerse a la orden de los “socios” ideológicos y no de los intereses del país. Esto ha llevado a un alineamiento de México con la izquierda boliviana o ecuatoriana. En muchas ocasiones poniendo por delante la impunidad y no el asilo político. La tibieza de México frente a Rusia o en el conflicto israelí-palestino es también una muestra del extravío diplomático del obradorismo. México no ha jugado ningún rol relevante en ninguna crisis global en los últimos seis años.
Cuarto, la diplomacia mexicana debe salir de las reclamaciones simbólicas y abrazar los verdaderos intereses del país. López Obrador se ha pasado buena parte de su sexenio en polémicas estériles. Por citar una: la mala relación con España al pedir una disculpa a la Corona por los crímenes de la conquista. Nadie duda del exterminio de la conquista, pero es tonto -por decir lo menos- dañar la relación bilateral con uno de tus principales socios por un tema tan poco relevante en el presente. Siguiendo su lógica, López Obrador entendió los posicionamientos exteriores como oportunidades para cohesionar su base de simpatizantes. Más que al rey de España, el presidente le hablaba a las facciones más duras de Morena que gozan de esas reivindicaciones.
Quinto y último: México debe volver a estar presente en debates que son fundamentales para el futuro del mundo. La lucha contra la emergencia climática es uno de ellos. México no es un país menor. Es una de las principales economías del mundo y es una potencia media que puede influir en los asuntos internacionales. La apuesta de López Obrador fue rebajar a la cancillería a su mínima expresión. Con una idea de austeridad que tira a la basura los pesos para ahorrarse los centavos, México desapareció de las grandes cumbres y los grandes debates. Ni siquiera la promoción turística está a la altura de sexenios anteriores. Es posible ser austero sin sacrificar la imagen de México en el exterior. El poder suave es fundamental en el mundo contemporáneo y durante este sexenio la decisión fue abandonar la escena internacional.
Sea una u otra, pero es indudable que la política exterior de México debe cambiar 180 grados. Un México ausente no es opción. López Obrador hizo de Estados Unidos su única relación. El mundo que le espera a la próxima presidenta es inestable y convulso, pero también ofrece oportunidades.