Andrés Manuel López Obrador ha tenido un sexenio plácido en el Congreso. La mayoría calificada que le vendió el Partido Verde en la primera parte del sexenio supuso estabilidad y eficacia para tramitar sus reformas. El presidente se acostumbró a ver al Congreso como una oficialía de partes al servicio del Ejecutivo. No necesitaba hacer política. Los números le daban. Sin embargo, las elecciones intermedias de 2021 cambiaron el panorama. López Obrador dijo que había ganado, pero la realidad es que había perdido más de 50 asientos clave para la estabilidad parlamentaria del Gobierno. El rechazo a la reforma eléctrica es la primera consecuencia de esa correlación de fuerzas.
En mi columna anterior (la reforma eléctrica y la triada nacionalista) señalé que el proyecto de AMLO se cimienta en tres principios políticos: la recomposición de la presidencia imperial, la militarización de la administración pública y el nacionalismo energético. El propio presidente ha sostenido que quiere que estos cambios sean “irreversibles”. Que queden en la Constitución para que sea casi imposible reformarlos. La presidencia imperial ya es una realidad luego de la voraz centralización de los recursos, la desaparición de los fideicomisos, el debilitamiento y hasta destrucción de órganos autónomos como la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la ofensiva contra el sistema federal. La militarización también es ya una realidad. El ejército ha incrementado en más de 1000% sus beneficios económicos y se encarga de los proyectos estratégicos de la administración.
Falta la última pata: el nacionalismo energético. Una apuesta por revertir las aperturas económicas de sexenios anteriores a través de la vuelta a la preeminencia de la CFE y el rescate de Pemex. Es indudable que AMLO tuvo éxito en los primeros dos elementos políticos de su proyecto, pero en este tercero está enfrentando la peor derrota de su sexenio. No logró dividir a la oposición y su reforma naufragó en San Lázaro. Se quedó a 60 votos de la mayoría calificada. La derrota del presidente es del tamaño de sus insultos a la oposición: traidores, vendepatrias, corruptos. Y es que el presidente tiene ese defecto que es intolerable en democracia: no sabe perder. La lluvia de amparos será tremenda y es casi imposible que la CFE llegue a las cuotas de mercado que quiere el presidente. Y qué decimos de Pemex: sumido en una crisis económica profundísima.
En el fondo, el presidente sabe que el sexenio se le va de las manos. Luego de la derrota en San Lázaro, AMLO sabe que tiene pocas posibilidades de hacer reformas de envergadura. La reforma eléctrica unificó a la oposición y es fácil presagiar que la reforma política volverá a toparse con un muro en el Poder Legislativo. La revocación de mandato tenía como objetivo empoderar a AMLO frente a los legisladores, pero la realidad es que ni siquiera de impulso le sirvió. Uno de los objetivos era engullirse al PRI, pero el tiro le salió por la culata. Frente a la ofensiva presidencial, el agonizante tricolor lució sin fisuras.
Después del rechazo a la reforma eléctrica, comienza a dibujarse el panorama de 2024. Si la oposición es capaz de abrirse a un proceso interno democrático y transparente, podría haber un candidato o candidata con fuerza de cara a la elección presidencial. Morena parte como favorito, pero la oposición si suma al PAN, PRI, MC y PRD puede ir a una elección de mitades que le complique la vida a Morena. No queda la menor duda que el rechazo a la reforma eléctrica es el mayor triunfo de la oposición en el actual sexenio. Comienza un nuevo tiempo político, veremos si existe una oposición capaz de aprovechar su momento.
Enrique Toussaint