Política

¿Nos interesa resolver las inundaciones?

Hace 16 años, Andrew Healy de la Universidad de Loyola Marymount y Neil Malhorta de Stanford publicaron un texto muy interesante titulado: votantes miopes y la política de desastres naturales. Es un artículo académico que recomiendo ampliamente. La tesis principal es que el elector premia a los gobernantes que aparecen atendiendo in situ los desastres naturales, pero no recompensan en absoluto a los gobernantes que apuestan por invertir en prevenir los desastres naturales. En buen castellano: nos gusta que lucren políticamente con los desastres. Premiamos a los gobernantes que posan para la foto y no a los que silenciosamente hacen el trabajo de prevención.

Es como si nuestra miopía se enamorara del político en el campo de batalla, del militar cargando a viejitos varados entre ríos o del bombero sacando a perros de las alcantarillas. Y frente a este paisaje dramático, prestamos nula atención a aquellas acciones de los gobiernos que pueden reducir el impacto de una gran tormenta, un terremoto o un incendio. Premiamos la reacción, pasamos de la prevención. Damos votos a quien corta listones de obras visibles y no reconocemos a quienes gobiernan entrándole a las cañerías mismas de los problemas que nos aquejan.

Las y los tapatíos tenemos especial fijación en premiar la reacción y olvidarnos de la prevención. Es cíclico: llega el estiaje y nos quejamos de los incendios; cae el frío y volteamos al cielo para indignarnos por la contaminación; nos alcanzan las lluvias y nos seguimos preguntando porque la ciudad cuenta tragedias por tormenta. Y, me pregunto, ¿No aprendemos del pasado? ¿No sabemos que las tormentas arrasarán con todo a su paso? ¿Se nos olvida que cada temporal hay gente que pierde la vida? ¿Qué hay gente que lo pierde todo en minutos? Decía Marx que la historia se repite primero como tragedia, pero después como farsa. 

Las tormentas y las inundaciones en Guadalajara son todo menos sorpresivas. Guadalajara no es una ciudad que sufra de grandes desastres naturales, como pueden ser tornados, huracanes o sismos recurrentes. Nuestro mayor desafío siempre ha sido el agua: la carencia (en sequía) o el exceso (entre junio y septiembre). Es tremendo, sabemos lo que va a pasar y, a pesar de ello, vuelve a ocurrir. Los autos flotando a media avenida, los pasos a desnivel convertidos en presas, colonias enteras arrasadas por la corriente, gente que se ahoga en su auto o tratando de cruzar, personas que son arrastradas por los flujos intempestivos de agua. El Gobierno sabe lo que va a pasar y la ciudadanía también lo sabe. Y, a pesar de ello, se hace poco para evitarlo. 

Si queremos que existan cambios profundos en la ciudad y que las tragedias evitables no se sucedan una tras de otra, debemos cambiar los incentivos que reciben los políticos a la hora de actuar. De la misma manera que el mayor incentivo para un zapatero es vender zapatos o para un músico ser contratado para conciertos, la razón de ser de un político es ser votado cada tres años. No es frivolidad, sino la esencia misma de la democracia. A los políticos hay que recordarles que el ciudadano es quien premia o castiga: si haces bien las cosas, te voy a reelegir; si haces bien las cosas te voy a apoyar para que obtengas otro puesto; si haces bien las cosas voy a aprobar tu gobierno y, con ello, te daré margen para tomar decisiones. Que el político se mueva por el voto es un gran poder que tiene la ciudadanía. 

Es tiempo de premiar no sólo a quien atiende los síntomas, sino sobre todo a quien gobernando es capaz de proponernos soluciones de fondo a las trágicas inundaciones en la metrópoli. Esas soluciones implican compromiso de los gobiernos, pero también de la ciudadanía. Combatir de fondo las inundaciones que cuestan vidas y tienen consecuencias económicas muy negativas, implica echar abajo desarrollos de la ciudad que son problemáticas; invertir en la red obsoleta de colectores; reubicar colonias enteras que están en zonas de riesgo; repensar los pasos a desnivel; cerrar circulaciones peligrosas antes de tormentas; castigar a quien tire basura en la vía pública. 

A diferencia de un terremoto de alta intensidad o un tornado, en Guadalajara sí sabemos en qué meses vamos a enfrentar inundaciones. Sabemos con antelación cuando la ciudad se convertirá en ríos de agua turbulenta. Un problema de décadas no se resuelve en unos días, pero sí es importante exigir al Gobierno un plan que nos permita salvar vidas y evitar que sean, precisamente los más necesitados, quienes pierdan todo cada temporal. Cambiemos los incentivos: premiemos a quien toma decisiones de fondo y apuesta por la prevención, y no a quien ha hecho de la reacción la única manera de enfrentar la tragedia.


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Enrique Toussaint
  • Enrique Toussaint
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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