
Bajo la dictadura del PRI la censura tenía reglas claras, nunca formuladas por escrito, pero bien conocidas por todos los periodistas. La radio y la televisión estaban sometidas a un control soviético, pero en algunos medios impresos, los descontentos con el régimen podían criticar a diputados, senadores, gobernadores y miembros del gabinete, siempre y cuando no se metieran con tres autoridades intocables: el Presidente, el Ejército y la virgen de Guadalupe. Desde luego, los políticos salpicados de lodo no siempre aguantaban vara: podían recurrir a las amenazas, a las golpizas o incluso al crimen para silenciar a sus críticos, pero casi nunca entablaron demandas por difamación. Una represalia de ese tipo se hubiera atribuido al titular del Ejecutivo, que en aquel tiempo concentraba los tres poderes de la República, y ningún presidente quería ensuciarse las manos para librar de raspones a un subalterno.
El nuevo engendro autoritario parece dispuesto a imponer otra clase de censura, no menos nefasta, pero con un mayor protagonismo de las infanterías: ahora cualquier funcionario de medio pelo puede recurrir a los tribunales para intimidar a las voces independientes que le señalen pifias o corruptelas, mientras la Presidenta se lava las manos. Es una censura sin reglas, que se aplica discrecionalmente, no sólo a periodistas, sino a usuarios de redes sociales. Claudia Sheinbaum no censura directamente, pero como permite que lo hagan a mansalva sus peones y alfiles, se parece cada vez más al niño que tira la piedra y esconde la mano. El caso de Héctor de Mauleón ejemplifica su imitación de Pilatos. Demandado ante el Tribunal Electoral de Tamaulipas por Tania Carreño, ex consejera jurídica de Américo Villarreal y actual presidenta del Supremo Tribunal de Justicia tamaulipeco, De Mauleón podría sufrir sanciones severas por haber señalado el vínculo familiar de Carreño con el administrador de aduanas Juan Carlos Madero, su cuñado, a quien el ex secretario de la Defensa acusó de operar una red de contrabando huachicolero en los puertos del Golfo. Tal vez Sheinbaum no autorizó esta ofensiva intimidatoria, pero si tuviera éxito saldría beneficiada de carambola, librándose de un periodista incómodo con amplia repercusión mediática.
Fuera de la cúpula gobernante nadie sabe a ciencia cierta quién ha dado vía libre a los morenistas para censurar a la prensa, pues el actual gobierno es un monstruo con dos cabezas. Tal vez AMLO sea el verdadero responsable de esta embestida, pues ni los gobernadores ni los congresistas de Morena se atreven a dar un paso sin consultarlo. A Sheinbaum no le conviene pasar a la historia como la responsable de haber enterrado la libertad de expresión, pero hacia allá la va conduciendo su dócil aceptación de todas las líneas que le marca el ex presidente. Se avecina la etapa más grave del acoso a la disidencia, pues a partir de septiembre, cuando tengamos una judicatura totalmente alineada con el partido oficial, pueden caer muchas guillotinas que por ahora penden sobre nuestras cabezas. A pesar de tener en contra a un importante sector de la opinión pública,
Morena y sus satélites arrasaron en las elecciones de 2024, tal vez porque la mayoría de la población no lee periódicos. Si tanto se ufanan de haber construido una aplanadora invencible, ¿por qué le tendrán pavor a la crítica?
Quizá el poder absoluto produzca un efecto similar al del amor loco, pues en vez de infundir seguridad a quien lo disfruta, exacerba su temor de perderlo. En la conducta de Sheinbaum y en la de toda la familia morenista que le bebe los alientos a López Obrador, en menoscabo de la autoridad presidencial, se perciben por doquier síntomas de angustia y pánico escénico. Hasta los éxitos de García Harfuch en el combate al crimen organizado siembran inquietudes y paranoias dentro del clan, pues cada vez que decomisa un cargamento de huachicol crece la exigencia ciudadana de capturar a los peces gordos del oficialismo que han solapado ese formidable negocio. Si Sheinbaum les echa el guante quizá salvaría al país de los aranceles que Trump nos quiere imponer, pero como el Jefe Máximo no le permite sacrificar a ningún colaborador cercano, cada victoria policiaca la acerca más a la temida ruptura con el mesías o a la ignominia de figurar como encubridora: una disyuntiva capaz de trastornar el cerebro mejor amueblado. El periodismo libre se ha vuelto una grave amenaza para todos los involucrados en la imposible tarea de combatir la corrupción sin capturar a ningún delincuente de cuello blanco. Héctor de Mauleón mentó la soga en casa del ahorcado y por eso lo quieren amordazar. A los nuevos amos del país les urge callarlo porque ya no pueden culpar a Calderón de sus latrocinios.