Cultura

Enemistades legendarias

La industria del chismorreo ya desbancó a la literatura como principal proveedor de historias para el cine y la televisión. Tanto en Hollywood como en México, los productores ordeñan sin piedad el morbo que despierta la vida íntima de las estrellas, en especial cuando la muerte las deja inermes ante la jauría de fisgones profesionales. Me temo que este desmedido interés por la vida de los famosos tiende a opacar en el imaginario colectivo la vida de la gente común, la mejor materia prima de la ficción en esta y en todas las épocas, pero debo reconocer que hasta las historias provenientes de una cloaca pueden acabar oliendo a jazmines, si el talento las redime de su carácter mercenario.

Es el caso de la teleserie Feud (la traducción literal del título sería “enemistad ancestral”), cuya primera temporada, “Bette y Joan”, narra la enconada lucha de egos entre Bette Davis y Joan Crawford cuando ambas protagonizaron ¿Qué pasó con Bay Jane? La segunda temporada, Capote contra los cisnes, estrenada este año en la plataforma Star+, rememora la discordia surgida entre Truman Capote y varias damas del jet set neoyorquino cuando el escritor publicó en 1978 un adelanto de la novela Plegarias atendidas, donde exhibía la intimidad de sus opulentas amigas. Hundido en el alcohol y los tranquilizantes, Capote nunca pudo completar esa novela, de modo que se peleó en balde con los cisnes de la oligarquía. 

El famoso realizador Ryan Murphy, que había mostrado ya un talento excepcional para retratar la intimidad de las celebridades en la serie American Crime Story (sus miniseries sobre el asesinato de Gianni Versace y el proceso judicial de O. J. Simpson le granjearon merecidas aclamaciones), sólo dirigió la primera temporada de Feud, pero en la segunda fungió como productor ejecutivo y su huella se nota en el trazo de los personajes, retratados con una mezcla de crueldad y empatía. Como los protagonistas de ambas historias son personajes otoñales, el subtexto de las tramas insinúa que el miedo a la vejez y a la muerte es el detonante de las enemistades, por encima de los celos profesionales y el orgullo herido. 

Luis M. Morales
Luis M. Morales

En la primera temporada de la serie, Bette Davis y Joan Crawford luchan por mantenerse vigentes en el mundo del espectáculo, a pesar de que muchos productores las consideran ya cartuchos quemados. La película que filman juntas tiene un gran éxito, pero ambas quieren monopolizarlo, como si reconocer el mérito de la rival pudiera adelantar su decrepitud. Las soberbias actuaciones de Susan Sarandon (Davis) y Jessica Lange (Crawford) logran desvanecer la pátina amarillista del pleito, restituyéndole una dimensión humana a las rencillas caricaturizadas por los columnistas viperinos de la época. La teleserie se regodea, por supuesto, en el duelo de golpes bajos y denuestos corrosivos entre las dos actrices, pero trasciende, por fortuna, el ángulo frívolo de la contienda.  Frente al drama intimista de dos mujeres solitarias en el ocaso de sus vidas, el relumbrón del estrellato aparece como un telón de fondo insustancial y ridículo, que recuerda el menosprecio de las glorias mundanas en la poesía del barroco español.

Odiar a una enemiga profesional es menos grave y doloroso que perder amistades queridas. Tal vez por eso, en Capote y los cisnes la historia tiene desde el principio un tono de réquiem. El primer capítulo establece que Capote y su mejor amiga, Paley (interpretada con maestría por Naomi Watts), han llegado a intimar como si fueran hermanos. Engañada sin recato por un marido mujeriego, el dueño de una cadena televisiva, Paley encuentra en Capote a un amigo y confidente leal, a quien recurre a menudo como paño de lágrimas. Representa para ella un asidero emocional insustituible, pues como madre ha sido tan estricta y distante, que sus hijas tampoco la quieren. Por eso resiente la exhibición de sus trapos sucios más que ninguna otra de las mujeres balconeadas en el adelanto de la novela. Para colmo, al poco tiempo de romper con Capote, los médicos le detectan un cáncer pulmonar. Mientras que su mejor amigo aparece borracho en programas de televisión y publica chismes malintencionados por impotencia creativa, Paley espera la muerte en condiciones anímicas deplorables, como si el hundimiento del escritor la arrastrara consigo. Se unen así en una especie de pacto suicida, como las parejas de los dramas románticos. 

Capote fue un demiurgo culposo desde que escribió A sangre fría, el gran campanazo de su carrera, donde se compenetró emocionalmente con dos asesinos condenados a muerte. Llegó a enamorarse del más joven y sin embargo ansiaba su ejecución para poder publicar la novela. En el umbral de la vejez, el pleito con los cisnes agravó su viejo remordimiento. Nunca pudo llenar el vacío que le dejaron los afectos utilitarios. 

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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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