Compraste un par de bisteces, lechuga, jitomate, cebolla y limones para preparar ensalada y acompañarla con un pedazo de bistec asado bien asado, puesto sobre tortillas recién hechas y con salsa aunque sea de vasito pero con picor y cilantro. Frijoles refritos enlatados, para completar.
–Date gusto, cabrón: párate y ordena:
–Dame dos filetes de rosbeeff, mi estimado Carnes. Para asar… Gruesos, que luzcan sobre una tortilla recién salida del comal, listos para entrar a la bodega de los alimentos, con gula y placer y apetito…
–Trabajan filetes para la fiera, mi morrongo. Mueva, mueva esa manitas, que los chamacos no tardan de salir de la escuela y tienen hambre, ya los soltaron, vienen fieras…
Pasadito el mediodía las calles del barrio se pueblan: los chiquillos salen de las escuelas (aquí concentraron tres: kinder, primaria y secundaria). Las doñas acuden por su retoños, paran en la carnicería, la verdulería; rematan en las tortillas.
En la fonda los vendedores ambulantes ofrecen alegrías, cacahuates al natural, salados y con chile piquín; también natillas, caramelos y obleas, para endulzar el paladar.Bien armadas y en casa, las doñas ocupan el laboratorio de los chimoles y se dan la tarea de transformar en alimentos lo adquirido: sopa, arroz con huevos estrellados, guisado, agua de Jamaica y de postre: jalea de membrillo.
En la fonda, los maestros comentan los incidentes del salón de clase y el albañil le pide al chalán le recuerde solicitar más cal y cemento:
–Para que nos surta el patrón a tiempo, porque si le paramos no ganamos y así no es el bisne: póngase vivo, mi cabrón; vivillo…
Un vientecillo se arremolina y levanta papelillos a su paso. El sol está en su cénit. Aquel perro lambrijo se cubre tendiéndose bajo una banca, frente a la iglesia, donde la vendedora de flores se ha establecido.
–Churros, a diez la bolsa con churrooos.
–Lleve la docena de rosas, de claveles.
Ya sonó la chicharra. Abren la puertas de los planteles. Estampida de chamacos uniformados, cerco de las madres para que las localicen sus chiquillos.
–Quiero hablar con tu maestra, para qué me está citando: no puedo faltar el trabajo, escuincla, y tú alguna travesura hiciste.
–No, mamá, cómo crees: es para firmar boletas.
–Peor tantito: allá tú, donde hayas reprobado, se te aparece el diablo.
–Na. Never. Llevo 9.3 de promedio. Si quieres habla con mi maestro. Hasta me van a poner en el cuadro de honor del periódico mural.
–Hasta no verlo, mijita. Porque siempre veo que todo se te va en relajo.
–Jicaletas, mangos, pepinos con chile…
–Nieve, lleve la ñeveee.
En casa, el aroma de la sopa hirviendo abre el apetito. “Pero primero se quitan el uniforme, antes de comer, y me lo doblan bien, para que mañana no parezca que se lo mordisqueó un burro”.
–Sí, mamá. A la orden. Lo que tú mandes. Firmes. Marchen… ¡ya!
Los del turno vespertino arman boruca y se apresuran para entrar al patio de la escuela. Sudorosos, relajientos, los chiquillos salientes asaltan los puestos de golosinas: se abastecen para endulzarse la hora de la tarea.
El conserje cierra el zaguán. La gente se dispersa, Por la tarde volverán los vendedores y las madres de familia. No se cesa el calor.