Sociedad

La torta caminera

Muy de mañana doña Aurora abre la puerta y barre la banqueta, después la frota con cepillo, agua y jabón. Concluida la limpieza, saca una pequeña mesa y sobre ella coloca una bandeja con bolillos, el pequeño galón galvanizado que contiene atole champurrado de chocolate y al pie: el anafre con un bote de tamales encima; son de salsa verde, mole rojo y de color rosa los de dulce.

Su clientela mayoritaria son hombres, vecinos que salen rumbo al trabajo sin haber ingerido el desayuno; a la pasada piden su torta de tamal y aguardan.

—¿Para llevar o para comer aquí? —pregunta Aurora, mientras con el cuchillo abre el bolillo y extrae el migajón; su nieta llena con atole los vasos

de unicel.

—Para llevar, porque ya se me hizo tarde. Ai por el camino me zampo la tortuga… Nomás apúrese, por favor…

De lunes a domingo sale Aurora con sus productos y a las diez de la mañana concluye la vendimia, siempre de muy buen humor, atenta a las conversaciones de la clientela.

—No me va mal y con lo que vendo saco para medio vivir. En un jarrito voy apartando de a poquito dinero para cubrir la renta. Una de mis nietas me ayuda muy temprano para preparar los tamales: me arrima la salsa, la masa, los trocitos de carne de cuchi, las hojas de maíz… Luego me pongo a mano con ella y le doy una feriecilla para los camiones rumbo a la escuela.

Al igual que su nieta, Aurora aprendió a elaborar los tamales auxiliando a su mamá en la preparación de los ingredientes. “Nací en la capital de Tlaxcala, donde en cada esquina hay un puesto de tamales, y viera que todos venden”.

Su papá trabajaba en Ciudad de México y con esfuerzos logró hacerse de un terreno a las orillas del asfalto capitalino, para no andar a la vuelta y vuelta de una ciudad a otra cada fin de semana.

—Me trajeron muy pequeña y aquí me crié. Entre hermanos y hermanas fuimos nueve hijos. Algunos estudiaron hasta la secundaria, otros aprendieron un oficio y todos salieron gente de bien, a Dios gracias hay que dar. Yo me casé, tuve tres hijas y con una de ellas vivo; enviudé y para no ser una carga ayudo en los gastos de la casa con lo que obtengo de la venta.

—Apúrese con mi pedido, Aurorita, que ya no tarda en llegar el camión —urge el cliente.

—Aquí está ya, y córrale o lo dejan… Así verá a los vecinos, siempre a la corre y corre. El tiempo no rinde. Ya en el camión se comen su tortita de tamal y si algún lugar alcanzaron aprovechan para dormir un poco más, ya con algo en la panza.

—Qué remedio: así es la vida por estos rumbos. Ya quisiera uno la calma pueblerina, pero allá de qué iba a comer. Cambia uno una cosa por otra, Aurorita.

—Pues sí, esa es la cosa. Cuando el hambre aprieta hay que moverse. ¿Es para llevar o para comer aquí, su tortita?

—Para llevar y cóbrese, que el tiempo vuela.

—Le puse un vasito con champurrado, ahí a la vuelta me lo paga y córrale que ya viene el camión —dice Aurora; su nieta vuelve de la panadería con más bolillos.

—A mí ya despácheme, que los chamacos me esperan para llevarlos a la escuela. Y apúnteme en su lista negra: el domingo vengo a pagarle todo lo de la semana, Aurorita.

—Claro que sí, no se apure y córrale. El domingo hacemos cuentas, mientras atienda a sus chiquillos.


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Emiliano Pérez Cruz
  • Emiliano Pérez Cruz
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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