Luciano llega a la fonda y ocupa la mesa de siempre, desde donde pasa desapercibido y observa a los otros comensales: la mamá que va por los chiquillos a la escuela y aprovecha para hacer las compras en el mercado; los maestros que charlan animados antes de encaminarse a cubrir el turno vespertino; los albañiles, que cargan energía para volver a la obra.
Procura llegar a buena hora, antes que el local se ateste. El Buen Sazón le recuerda el de su difunta esposa y el trato cálido que recibe lo hicieron cliente.
–Qué le sirvo, don: sopa de pasta o caldito de pollo? –pregunta Susana, diligente mesera.
–Caldo con pechuga deshebrada, m'hija. Y de guisado qué tienes…
–Nomás quedan albóndigas en chipotle…
–Pus aunque sea, m'hija. Con frijoles acompletadores y hartas tortillas…
–Oritita vuelvo, aguánteme tantito.
También llegan los policías del barrio y los integrantes del taller de carpintería aledaño a la escuela. Y Norma, la del salón de belleza, salerosa en su andar
–Véngase p'acá, Normita: le aparté su lugar, así nos hacemos compañía…
–Muchas gracias, Luciano, qué bueno que lo veo, cómo ha estado…
–Usted dirá para qué soy bueno. Pero primero ordene qué comer, porque se acaban las albóndigas.
–No se apure, Susana ya me vio. Dígame si tiene tiempo para pintar mi local y si no, me aparta el lugar para cuando pueda: ya le hace falta una manita de gato a mi changarro…
–Usted me dice cuándo y ahí estaremos, cómo de que no.
–Dejemos que pasen las fiestas patrias y lo busco. Buen provecho, lo dejo porque ya llegó mi novio y es muy celoso…
Luciano siente un vuelco en el estómago. Norma va al encuentro del maestro y toman asiento. Luciano sirve agua en el vaso y apura el trago para pasar el bocado que se le atoró.
Hace más de diez años que Luciano enviudó. Desde entonces acude a la fonda. Antes cocinaba sus alimentos, pero comía más el bote de la basura que él.
Extrañó a su mujer, a pesar de que nunca le perdonó se lo hubiera llevado a vivir entre tanto polvo y los lodazales. “Aquí no pasa ni un camión y cuando tengamos urgencia de un médico, nos vamos a morir por falta de atención”.
Así fue para ella. “Nomás siento que me sofoco y no puedo respirar”, dijo con voz entrecortada. Luciano fue a buscar a Benita, la enfermera, pero todo fue en vano. Gracias a los vecinos y al cura de la parroquia logró sepultarla en el panteón de San Lorenzo. No tuvo para siquiera ofrecerles un refresco cuando volvieron. Para él, busco y encontró la fonda. Desde entonces es cliente.
Mira entrar a Lalo el Loco y al Mandrake con su esposa, vendedora de ropa usada en el tianguis de los jueves. Entran los enfermeros de la clínica comunitaria, festivos, relajientos. Susana les toma la orden y acomoda el mechón que le cae sobre la frente.
–Qué prefieren: agüita de limón o de sandía…
Luciano bebe lentamente. Afuera el sol pega de lleno. La lluvias se rezagaron y no hay una nube en el horizonte. Del bolsillo de su camisa saca papel y lápiz para adelantar el presupuesto que le ofrecerá a Norma. El trabajo no abunda y más le vale apresurarse antes que la clienta se eche p'atrás. O le ofrezcan algo más barato. No faltan aquellos que se tiran al piso para agarrar chamba.