En qué poquita agua se ahogan –dijo Teresita, sin descuidar el bordado de aquel mantel que no tenía para cuando terminar y que consumía cajas y cajas de hilo mercerizado de diversos colores. –En el norte sí que hace calor; el de aquí, si acaso pega como cuando pasa ligera la maldita primavera…
–Ay Teresita: que ocurrencias le vienen a la cabeza –rió doña Rita–. Usté porque tiene la sombra de este pirú, aquí se borda rete agusto. Pero una…
–Por desidia y mala visión. En su casa tenía un hermoso fresno y lo echó abajo. Ora no se queje…
–No había de otra, Teresita: las raíces se metieron a la cisterna, a los tubos del drenaje y acuérdese el cochinero en que terminó todo aquello…
–Me acuerdo, bien que me acuerdo. Con la leña de ese fresno calentábamos el agua para el baño a ricos jicarazos. Ya no sembró otro especie, apta pa’ la ciudá. Y ora nos quejamos de la calor…
Aleida, nieta de Teresita, arrima una mesa y coloca la jarra de vidrio con agua de limón y colmada de hielo…
–Para que digan que no se les atiende. Con permisito, ahí les dejo los vasos…
–Gracias, m’hija. De premio te voy a bordar unas servilletas para que envuelvas tus tortillas… Esta muchacha, siempre tan atenta.
–Páseme ese cucharita, Charito: yo le quito los hielos, porque se me cierra la garganta y mi viejo pega el grito el cielo si le pido para la consulta médica…
–Todo mundo se queja de la calor cuando es temporada, y lo mismo en tiempos de frío. Nunca estamos conformes. Como dijo aquel presidente: no hay chile que nos embone.
–Pues yo como dijo el dicho: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Agarre su vaso, Josesita, o se acaba l’agua.
–Yo prefiero la temporada de frío –intervino doña Rome–. Se echa una encima todas las cobijas y san-se-acabó. Pero con la calor, ni encuerandándose toda. Y bonita me iba a ver así.
–Capaz que se le alborota el viejo y hasta lo expone a un paro cardíaco de la pura emoción, Rome. No le arriesgue –embromó Teresita.
–Mi viejo, como es muy friolento, ahorita duerme a pierna suelta mientras yo la paso trasude y trasude, toda abochornada. Póngame otro chorrito de agua, no sea malita –acercó su vaso Josesita.
–Ni una brisita siquiera, ni un soplido que refresque tantito. Y la ropa pesa más con el sudor. Imagínese orita a la gente en el Metro: cociéndose en su propio jugo –intervino doña Rita–. Por eso la gente anda toda malhumorada, de mírame y no me toques.
–Y cómo no, si los ventiladores no funcionan y apagan las escaleras eléctricas y el montón de gente esperando el tren. La de buenas que yo nomás salgo de cuando en cuando –dijo Charito.
–Pobre gente que diario sale, pero no se quita la mala costumbre de comer…
–Ay, Teresita, qué cosas se le ocurren. La gente sale por necesidad, si no trabaja de dónde va a comer. Del diario quieres comer, del diario dame pa’l gasto, le digo a mi viejo y no deja de encabritarse –se queja Rita
–Pa' qué se echó obligaciones. Quería casa, mujer, quería hijos: ora que cumpla –sentencia Teresita–. Lo bueno cuesta, dígale. A ver dónde encuentra quien lo atienda como usted.
–Pues la verdad que sí. Él nomás estira la mano y ahí está aquellito. Eso vale y cuesta –agrega doña Rita entre risas…