Entró al mercado de la colonia Juárez, aledaño al Metro Cuauhtémoc y se encaminó al puesto de su preferencia, donde los lunes sirven un mole de olla de rechupete, que incluye cebolla finamente picada, epazote y deliciosas tostadas de maíz recién salidas del comal.
A mover bigote en el puesto de esa doña que domina el sazón, y la cantidad de clientes que abarrota su local lo confirma. Día tras día la envidia corroe a otras locatarias:
—Para todas sale el sol —trata de consolarlas.
Don Juan es de buen apetito y tiene buen olfato para detectar aquellas cocinas y fondas populares donde a precios accesibles la comida popular florece.
Según el rumbo por el que su oficio de carpintero lo tenga entretenido, se da tiempo para ubicar donde darle gusto al gusto:
—Te va a gustar, mi Jero: en verdad que la doña acaparó el toque mágico de las cocineras de adevis, ya verás.
—Ayayay: espántame, león, espántame.
Y se espantó el chalán de puro gusto al ver la vaporizante cazuela que pusieron frente a él, rebosante de verdura y generosos trozos de carne de res entre el caldo colorado de excelente aroma, para incitar a mover bigote.
—Si eres de buen paladar, no le pondrás pero al sazón de la doña. Y el arroz a la mexicana, todavía como el antes, con su toque de camarón seco espolvoreado. Si no te gusta, yo pago.
Maestro y chalán le entraron con singular alegría al platillo, el que el poeta Sandro Cohen llamaba caldo Azteca “por lo sangriento que se ve. El espíritu sangriento Azteca sigue vivo en este platillo que a ti te encanta, pero a mí me da no sé qué cosa”.
Pidieron doble ración coma previa ingesta de un arroz a la mexicana con huevo estrellado encima. Quedaron timbones, como decían los antiguos mexicanos refiriéndose a la panza para lucir erguida después de la comida.
Claro que el platillo es fuerte y de difícil digestión: quién se puede negar ante el llamado del hambre para ser saciada. Pero un pelo aparece en la sopa, lo sabría después el chalán cuando comenzó a sentir retortijones e inminentes ganas de ir al wc.
Al concluir el turno laboral cada quien agarró por su rumbo en los esfuerzos del chalán por llegar lo más pronto la casa se incrementaron. Su barriga acorazada gruñia como tigre furioso y los cólicos incrementaron la urgencia.
Abrió el cuartucho que compartía con otros tres paisanos oaxaqueños y apenas le dio tiempo de tomar asiento sobre la taza. La sudoración cesó, pero no los cólicos.
Fue a la farmacia para que le recomendaran un medicamento, pues para la consulta médica nomás no alcanza. Cábula el Farma, como lo conocen en el barrio, recomendó:
—Un olote a la salida del drenaje y asunto concluido, mi buen. Y para no fallar, este par de pastillas para empezar y luego una cada seis horas. Y no abuse del chile, que causa adicción. Al rato lo veré por la calle de Sullivan…
—Chale, doc: se mancha con sus bromitas. Ve que me ando deshidratando. Regáleme un vaso de agua Electropuerca, ni modo que solitas lleguen al estómago— reclamó el Jeros.
—Oiga, todo pinta para que tenga salmonelosis, y al rato todo de clan su cueva estará contagiado. No salude de mano y lávelas, haga falta o no.
—Oquei, oquei. Y deme un paquete de papel higiénico, del suavecito, porque el sisirisco ya se resintió, doc. Y un litro de suero para rehidratarme porque me siento bien guango, doc. Y unos cigarros y me apunta en su lista, el sábado pasa a liquidar mi cuenta.
—Va, y dile a tus cuates que ya pasen a pagar sus deudas, entre todos los de tu tribu me van a llevar a la quiebra; son los que más compran, pero los que menos pagan.
—Y mire cómo ha crecido su botica desde que nos tiene por acá, así que tan mal paga no somos. Qué haría México sin los indios chundos, como nos dice…
—Huy, que sentidito andas, mi nativo. Me deben ya una buena lana, cumplan y mantenga su crédito.