A la madre de mi hija (por el
recuerdo y por mi hija)
Mi vida ha estado siempre rodeada de música; ninguno de sus momentos más significativos podrían explicarse sin soundtrack. De niño, mi madre no paraba de escuchar boleros en la radio y en el viejo tocadiscos que terminó de joderse de tanto tocar a Julio Jaramillo, Daniel Santos, Bienvenido Granda y varios más, aderezados entre el dolor y las pérdidas amorosas de la autora de mis días. En mi adolescencia, después de su muerte, yo seguí escuchando sus lágrimas entre las notas de aquellas canciones; la vida se encargó de agregar las mías. Esta historia sucedió, y “Contigo en la distancia” es la banda sonora que la acompaña.
Fragmento 3 de “Amor de mis amores”
Calle del Roble. La Guerra del Golfo terminó, y yo tiendo la mirada en este lado que no hay rostro de Dios, ni pisadas de Laura. Aquí me hago pequeño en las esquinas, nombro tu eco desde la nostalgia, y no puedo más que mirar esta herida abierta y llena de espantos, donde leo tu nombre.
¿Cómo se olvida la piel? ¿Cómo se saca Monterrey y la Gran Plaza, del zodíaco? Te fuiste y no te llevaste mis caricias.
Sigo pensando en tu ciudad y en lo mucho que nos gustaba ver llover, y me acuso de que nunca fuimos juntos al mar. Pienso que tal vez te sigan gustando los boleros y las canciones viejas que escuchábamos en la radio, y debes saber que aún no hay bella melodía...
Por eso, en este hotel, a solas, donde me doy cuenta que nunca nos fue necesaria una cama; aquí, me tapo los oídos para no escuchar al viejo César que canta en la distancia.
Pasa una ambulancia, y me jalo el cabello como tú –para que no sea alguien mío, decías–, siento entonces la necesidad de prenderte veladoras, y recuerdo que besamos una cruz para jurar morirnos juntos. ¿Cuánto dejamos pendiente, desmemoriada luciérnaga? Por eso, ahora voy por ahí juntando mis astillas y, derrotado, sólo puedo desear que César se calle.
Cierro los ojos. Siento como todavía andas por aquí. Te recuerdo desnuda sobre mi pecho, leyéndome a Neruda hasta que amanecía; y cómo, sin sueño, hacíamos el amor, vulnerables a los versos de Pablo. Y cómo otra vez nos encontraba la noche, con sólo besos y una canción de amor en los labios. Cómo pensábamos en bajar a un Oxxo, a comprar comida, pero nunca lo hicimos; así nos caía la madrugada, todavía con hambre de nosotros.
Pero ya no estás para limpiar la pólvora de mis manos. Nunca volverás a quitar la hierba seca enredada en mi cabello. No limpiarás mis uñas negras con tus lágrimas. No tendrás azúcar para mi café. No podré domar en tus sentidos mi dolor. Nunca más escucharé tu arrullo, sino como el eco vago de los aparecidos.
Ahora voy entre las calles del centro: Colón, Juárez y luego la Plaza. Llueve. Me quito los zapatos y la camisa. Brinco entre los charcos, siento tu espalda desnuda como entre sueños. Le echo mi brazo a tu recuerdo. Te vuelvo a prometer llevarte al mar; regalarte una constelación de barcos pesqueros, caminar en la arena como los cangrejos para nunca dejar de ver el mar. Beso sólo el aire húmedo y mi abrazo vacío; pienso entonces que tú no eres como el mar, porque el mar siempre regresa.
Pongo mis ganas a que se hagan viejas. Hoy vendrán a sacarme los ojos, y mis uñas se van a romper en el pavimento de estas calles que fueron nuestras. Y me van a encontrar tirado por ahí, en alguna esquina que aun guarde el rumor de tus besos, o de una caricia recóndita que apurara el temblor de aquellos años.
Laura, qué cansado se siente Pedro Pan; ahora es tan sólo un muchacho triste que está llorando, no ha cambiado nada, no ha crecido, se quedó con tu edad, solo, sin ganas de volar, y se alquila como funámbulo sobre el filo de una Gillette.
Tiro mi última colilla en el basurero. Me limpio la nariz. Con mi camisa me seco los ojos. Pienso nuevamente que nunca fuimos juntos al mar. Tiro la botella de Lager que no me he bebido. Tiro mi ropa, las sábanas, mis zapatos; lo tiro todo. Pero la tristeza, dime, ¿dónde diablos?
Estoy hecho en el molde de tus dedos. Vengo de tu boca, de tu vientre regio. Le pertenezco a tus piernas y al modo que tuviste para traerme de vuelta del naufragio.
Estoy allá en el calor de Agosto. Me quedé en La Pastora y El Cerro, en Estación Colón y en tu camisa vaquera. Soy el primero y el último de tus pasos sobre la Avenida Madero. Me quedé contigo, en pedazos, repartido en la canícula y las calles de noche.
Estoy contigo, en la distancia estoy.