“Alejandro Gertz odia a Santiago Nieto”, me indicó una persona cercana al fiscal general. Era el inicio del sexenio y todavía no surgían las declaraciones públicas que harían patente esta animadversión.
Gertz Manero subió el tono de sus dichos en contra del entonces titular de la Unidad de Inteligencia Financiera. Criticó las cuentas desbloqueadas y la revelación de nombres. Mientras tanto, Nieto Castillo advirtió sobre el cúmulo de asuntos sin atender en la FGR.
Con la salida de Santiago, se filtraron pesquisas. Casualmente, llegó la denuncia anónima contra N. Castillo al terreno de G. Manero. Por otro lado, se difundió un expediente contra Alejandro.
Según la nota de El Universal, Alejandro G. compró 122 autos de lujo por 109 millones de pesos; realizó transferencias internacionales a Estados Unidos y España; recibió depósitos electrónicos por casi 39 millones y envíos por más de 9; así como cheques interbancarios por 34.3 millones, de los que se emitieron 5.5.
Pablo Gómez señaló que ese reporte no existe en la UIF.
Fuentes internas me dijeron que el jueves pasado esa dependencia pidió información sobre Gertz.
A su vez, Nieto Castillo adquirió, ya en el gobierno de AMLO, un auto y cuatro propiedades con valor total de 40 millones de pesos. Tuiteó: “No hay nada que esconder. Aumentaron mis deudas, no mi patrimonio”.
Me comentó para esta columna de MILENIO, “Razones y pasiones”, que la casa de Querétaro (cuya foto no coincide con lo publicado) y el departamento en Santa Fe están rentados y con eso se pagan, en parte.
Agregó que se omitió la capacidad económica de su esposa, la consejera electoral Carla Humphrey, y que el crédito más importante se cubre entre los dos.
Al momento de escribir estas líneas, no hay respuesta del fiscal. Lleva ventaja, pues AMLO lo respalda y cualquier denuncia cae en sus manos.
Y… Gertz no investigará a Gertz.
Para Santiago es un duro golpe, el segundo luego de su boda. Para Alejandro, una raya más al tigre de los escándalos impunes.
Aquí entre nos
A López Obrador se le está acabando el discurso de los opositores para justificar que no son iguales y que combaten la corrupción.
Elisa Alanís
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