La cultura vial, de lo que carecemos en Monterrey y municipios conurbados, es un concepto que se refiere al índice (o nivel) de adherencia de los gobernados a los buenos hábitos y costumbres que hay que imitar, y a las reglas y normas de derecho que hay que respetar, para hacer un uso racional de la vía pública: calles, avenidas, banquetas, parques, plazas, etcétera.
Por la importancia que tiene en la vida de toda persona la movilidad urbana, es decir, poder desplazarse por el medio que sea de un lugar a otro en una ciudad, por ejemplo, caminando, en transporte colectivo, automóvil, bicicleta, motocicleta, no es posible que haya en los habitantes de una grande ciudad un alto índice de sentimiento de felicidad si se carece de cultura vial.
Lo primero que se observa cuando se visita una ciudad de un país extranjero –ya que en México en todas partes se muestra la carencia de cultura vial–, es que la gente camina por las calles (o por cualquier vía pública) por la derecha; aquí no sabemos por qué lado de la acera debemos caminar para no atropellarse, para no interferir en los espacios que en la vía pública pertenecen a otro.
En los espacios de mayor concentración de personas, como en el Metro, es un verdadero desmadre, aunque cada escalera está dividida por tubos para que por un lado se suba a abordar el Metro y por el otro lado bajen los que llegaron a su destino, cada uno camina por donde puede o por donde le da la gana.
Difícil situación: a la gente no se le ocurre que para disminuir el estrés en las aglomeraciones del Metro, hay que caminar por la derecha; pero tampoco a ninguna autoridad se le ocurre pensar que sería bueno pintar en el piso flechas que indiquen por dónde se debe caminar.
Lo mismo acontece en las escaleras eléctricas de los lugares donde concurren muchas personas; a nadie se le ocurre pensar que, si no se quiere caminar en una escalera eléctrica, hay que pararse a la derecha para dejar pasar a los que quieren caminar. En países en los que sí hay cultura de vialidad hay flechas dibujadas en el piso que indican por dónde hay que caminar y dónde uno se puede quedar parado.
En otro punto, pero sobre el mismo tema, algo que me llama mucho la atención es que, no obstante que todos somos peatones, pues no siempre estamos en un auto conduciendo, en Monterrey no se respeta al peatón.
En otros países, los pasos de cebra (o paso de peatones, lo que se indica con rayas pintadas en el pavimento paralelas a la corriente del tráfico de automóviles) indican que el peatón tiene preferencia, por lo que el automovilista debe hacer alto total para dejarlo pasar; pero aquí no hay de eso, ni siquiera en los grandes estacionamientos de comercios.
Los conductores pueden frente a un oficial de tránsito toparse con un paso de cebra en el que hay peatones que quieren atravesarlo, y no se detienen; los peatones tienen que esperar que un atento automovilista les permita pasar.
En fin, en Monterrey y municipios conurbados el peatón se juega la vida cada vez que cruza una calle o avenida de mucha afluencia vehicular; tan es así que somos campeones en accidentes viales y en pérdidas de vidas por falta de cultura vial.
La imagen del peatón de Monterrey es la de corredor, porque para atravesar una calle o avenida de mucha afluencia vehicular tiene que correr.
En efecto, no obstante que el Reglamento de Tránsito ordena que si el peatón es sorprendido por el cambio de luz del semáforo, los automovilistas deben quedar en alto total hasta que éste atraviese la calle. Cosa que no se respeta. Los automovilistas, olvidando que también son peatones, comienzan a mover lentamente el auto, el peatón lo que hace es correr, algo que es indigno.
Efrén Vázquez Esquivel