Empiezo con una figura retórica y provocativa: cuando Dios quiere castigar a los pueblos les manda la democracia.
Con ella, los que viven de la estafa y la mentira logran fácilmente legitimidad de origen al ejercer cargos públicos. Los políticos populistas —sean de izquierda o derecha— saben que el camino más amplio y mejor pavimentado es el democrático. El caminante no requiere de una fuerza física irresistible ni derramar sangre; es un sistema socialmente aceptado e internacionalmente reconocido. A nadie sorprende que sinvergüenzas de tomo y lomo sean ungidos porque “esa fue la voluntad popular”.
Sin embargo, y paradójicamente, también cuando Dios quiere salvar a los pueblos les manda la democracia.
Un ejemplo claro lo hallamos en lo que vive EU: democráticamente votaron por Trump, y ahora democráticamente lo botaron.
De lo anterior se colige que la democracia permite aciertos, errores y rectificaciones en las decisiones de los ciudadanos.
El problema se complica cuando, por ejemplo, en Latinoamérica, el voto popular a veces entroniza autócratas ineptos, ambiciosos y resentidos que dinamitan las instituciones democráticas, dividen maniqueamente a la población, cultivan odios y resentimientos sociales, dan resultados catastróficos en todos los rubros, y gobiernan para proyectos personales y de pandilla en los que relamen sin descanso su narcisismo, y se imaginan merecer a perpetuidad augustos mausoleos.
En estos casos, el pronóstico es preocupante porque, para reordenar la vida de la nación, la vía democrática está minada y saturada de obstáculos que van más allá de los iluminados en turno y su modo de ser.
Para ellos y sus secuaces lo patriótico es “defender a la causa” (o sea a ellos mismos) y se convierten en verdaderas garrapatas difíciles de extirpar del gobierno. La dolorosa realidad de México y otros pueblos latinoamericanos lo corrobora.
Regresando a lo que sucede en EU, la contienda fue muy reñida, y, de facto, binaria: era con Trump o contra él, y perdió Trump; pero poco menos de la mitad de la población lo apoya.
Además, muchos migrantes de aquí y de otros países, que han recibido innumerables injurias y agresiones del actual presidente, le dieron su voto. Es inconcebible, también, que millones de mujeres votaran por el misógino, insolente y nefasto republicano.
Por cuanto al nuevo presidente yanqui, preveo menos estridencia y hostilidad hacia México, pero apretará las tuercas al de aquí ante las decisiones que afecten a los intereses de allá.
Mientras México viva al margen de la ley, desunido, envenenado y pobre, seguirá a merced del Imperio; así ha sido desde que los buques yanquis, en Veracruz, dieron el triunfo a Juárez. Lo demás es mentira patriotera.