La memorable tanda de veinticuatro penaltis en la final del futbol mexicano va a quedar en la memoria de los aficionados por muchos años. La agonía vivida en el Nemesio Diez evocó otras grandes finales que se han definido desde los once pasos, como el Toluca vs. Atlas de 1999 o el Puebla vs. Guadalajara de 1983.
En la Bombonera ganó el futbol. Campeón y subcampeón se cubrieron con todos los honores, nadie —sensato— podría recriminarles nada. Fueron dos equipos con denuedo, no escatimaron y resolvieron el campeonatoin extremis.
El Toluca llegó a doce títulos de liga y empató a las Chivas en el segundo lugar de la clasificación de campeones del balompié mexicano. Ya nadie puede negar la grandeza de los Diablos Rojos. Si el Deportivo Toluca no tiene afición más allá de su demarcación, no le resta un ápice a su calidad de protagonista de la Liga MX.
Los Tigres, por su parte, siguen siendo el mandón de Nuevo León y el norte del país. La capacidad para reinventarse y siempre estar arriba es asombrosa. El equipo de la década pasada no ha retrocedido un centímetro en el bloque de los clubes a vencer.
Los finalistas del Apertura 2025 seguirán escribiendo páginas doradas como la del domingo pasado. No es una casualidad que su modelo deportivo mantenga estándares de excelencia, han trabajado e invertido en consecuencia con su historia.
César Ramos
Desde la época de Arturo Brizio no había un árbitro con la prestancia de César Ramos. El colegiado mexicano va por su tercer mundial y no tiene nadie que le haga sombra en dicha carrera.
Durante la final dio una exhibición de lo que el gremio arbitral llama manejo de partido, es decir: la conducción con criterio de un espectáculo en apego a las reglas.
Otros silbantes más quisquillosos, de esos que ahora pontifican en la televisión, pudieron dar al traste con el encuentro aplicando a rajatabla el reglamento. La posible expulsión a Paulinho pudo marcar otro derrotero, pasando sobre el juego y en detrimento de la emoción.
En la posición más complicada, la del juez, Ramos Palazuelos se ha ganado el respeto de sus iguales y lo más difícil: de la no siempre bien informada “opinión pública”.
Christian Martinoli
Los actores principales están en la cancha, empero, el acompañamiento del narrador muchas veces termina de darle sentido al espectáculo. Christian Martinoli no narró un juego: lo interpretó. Con esa cadencia suya que mezcla ironía, memoria histórica y calle, Martinoli fue construyendo un relato paralelo donde cada llegada, cada falta y cada pausa tenían contexto y filo.
Narrar es contar una historia con ritmo, personalidad y lectura del momento, no sólo describir lo evidente. Lo más valioso de Martinoli en una final como esta es que no se subordina al resultado ni al guion comercial del evento.
Hubo emoción sin sobreactuación patética y crítica sin estridencia. En tiempos donde la transmisión parece competir por quién grita más fuerte, Martinoli compitió por quién entiende mejor el juego y su entorno. Y ganó. Porque al final, quedó claro que el partido se vio, pero también se escuchó como debe escucharse una final: con una narración que acompaña, explica y eleva el futbol mexicano.