Una pensaría que Alito Moreno, su vida política y el proyecto político que representa tendrían pronta fecha de caducidad, después de los famosos audios de la gobernadora Layda Sansores expuestos con bombos y platillos semana tras semana, en los que revela sus muy cuestionables relaciones y prácticas clientelares. Sin embargo, la preferencia a nivel nacional por el PRI —aunque cada vez menor, pero todavía muy significativa— dice más de nosotros como sociedad, que del propio presidente de ese partido.
El capital político del PRI ronda todavía una intención del voto de entre el 15 y el 20%, según la mayoría de las últimas encuestas, que si bien no es suficiente para competir a nivel regional, tal y como se evidenció en las últimas elecciones y en la desbandada de algunos cuadros hacia Morena, sí lo es para la negociación nacional.
Su participación en las decisiones legislativas, por ejemplo, lo convierten en una considerable fuerza política, incapaz en soledad, pero poderosa en el conjunto, especialmente de aquellos que buscan ser oposición al actual gobierno.
El líder de un partido que se dice de izquierda y que ostenta la quinta parte de la preferencia electoral; el líder que dice defender a las clases más populares; que dice ser un perseguido político por sus fuertes y profundas convicciones morales y su defensa a los intereses del pueblo de México; un servidor público con un salario para vivir cómodamente sin mayores ostentaciones, tiene una casa de descanso en el estado de Campeche, valuada en 130 millones de pesos.
Una sola casa de las múltiples que posee, según revelaron los audios mencionados, a las que a una o un mexicano promedio con un salario mínimo mensual, asumiendo que no gaste un solo centavo en nada más, podría aspirar después de más de 2000 años de trabajo. Así de irrisorio es y suena la corrupción de gran parte de la clase política mexicana que dice “dar hasta la vida” por su pueblo.
El hecho de que el desprestigio moral de ese partido, que no es sólo resultado de la gestión de Alito Moreno, sino de sus antecesores, tenga tan poca resonancia en su todavía considerable preferencia electoral, habla muy mal de nosotros, porque finalmente ellos siguen siendo los mismos de siempre, dando cátedra de cómo jugarle chueco al país y denunciándose incluso entre compadres; un partido sin rumbo y en cuyas preocupaciones no caben las de la mayoría de las y los mexicanos.
Muchos dirán que al PRI no le conviene ahora una disputa por la presidencia y que Alito está poniendo su carrera política por encima de los intereses y su responsabilidad institucional con uno de los partidos más emblemáticos de México y sus militantes, y tienen razón.
Sin embargo, la hipocresía y la avaricia de un político insaciable que, les guste o no, continúa representando a todo un conjunto, es lo que caracteriza, hoy por hoy, a gran parte de nuestro juego democrático actual. El presidente de uno de los partidos más importantes del país utiliza su tiempo grabando videos en los que juega al hombre sincero y fuerte que mira directamente a la cámara porque “no tiene miedo y nada que perder”, creyendo que la gente es idiota; que graba comerciales en los que finge estar en un estadio lleno de cientos de miles de personas que lo aplauden acaloradamente mientras habla de la derrota moral del presidente López Obrador y su partido.
El presidente del que fue uno de los partidos más emblemáticos de México, sigue entretenido jugando al político perseguido que resurgirá de sus cenizas, sentado en su casa de millones de dólares, mientras Morena le sigue comiendo el mandado. Ojalá todas y todos pudiéramos pasar las penas sobre una mansión de 130 millones de pesos. ¿A poco no?
Daniela Pacheco@DanielaPachecoM