De mis años universitarios recuerdo aquello de "Fidel, Fidel ¿Qué tiene Fidel qué los Americanos no pueden con él", el estribillo de una canción bastante básica que, a finales de los años 70´s, todavía escuchábamos a quienes nos ilusionaba el lindo cuento de la Revolución Cubana.
Como reportero, alguna vez --el 1 de diciembre de 1988-- pude darle la mano y soltarle un par de preguntas. Como con muchos de mi generación y origen, de la admiración pasamos al desencanto y luego a la pena ajena.
A nueve años de su muerte física, recuerdo a El Comandante por una simple razón, su extraordinaria capacidad de convertirse en un gran símbolo anti imperialista de América Latina, lo cual resultó en un negocio político formidable (para él). Luego del 1 de enero de 1959 logró hacerse del poder absoluto en la isla vecina de la Florida y mantenerse ahí hasta el final de sus días y más.
Pero esta reflexión no es sobre "el gallego", que es como se referían a él sus detractores en la Calle 8 de Miami (por su terquedad y origen). Ni siquiera es sobre el evidente triunfo de Andrés Manuel López Obrador en su Séptimo Año como la gran figura política de México. Porque, sin menoscabo alguno a los méritos propios de la "presidentA" Claudia Sheinbaum --que los tiene--, resulta más que evidente que centrar su plan de comunicación política en que "La Cuarta Transformación Avanza" es un obvio reconocimiento a la vigencia del poder de su antecesor.
Es cierto que al Presidente Lázaro Cárdenas le tomó casi 15 meses y medio de feroces luchas internas para poder llegar en la madrugada del 10 de abril de 1936 a la casa de Plutarco Elías Calles y subirlo, aún en pijama, a un avión rumbo al exilio con que concluyó el Maximato. Así, un par de años después supo aprovechar una ventana geopolítica global, nacionalizó el petróleo y se convirtió en un ícono nacional.
Pero, obvio, la doctora no es el general. Colocar a Andy y a Adán unas cuantas filas hacia atrás en la pasarela de la corte presidencial no representa ruptura alguna con el sexenio de su mentor. Tampoco el impacto público de los recientes excesos de algunos de los jerarcas de la 4T que, sin pudor alguno, derrochar la legitimidad y autoridad moral de su venerado líder. Todavía no.
Aquí es donde entra el punto central del texto, subrayar el factor Estados Unidos en ecuación política interna de nuestro país. También de mis tiempos de estudiante recuerdo a una profesora que narraba la historia nacional como un largo rosario de caciques y caudillos en la cúspide del poder político. Y sí.
El hecho es que la economía mexicana es absolutamente dependiente de la de nuestro vecino del norte y, además, que esa relación no es mutua. Allá si pueden sobrevivir sin nuestra mano de obra, nuestras autopartes y nuestros aguacates. Esa es la realidad ante la cual el gobierno mexicano ha tenido que inclinarse. Más allá de aquel evento --¿patético, grotesco?-- en el que AMLO preguntó a los asistentes a uno de sus mítines que dijeran, a mano alzada, si querían que se peleara con Estados Unidos, debemos reconocer que la asimetría de poder entre los dos países quizás nunca ha sido mayor.
Y si a eso le agregamos el apetito insaciable del inquilino en turno de la Casa Blanca, las cosas se complican. La gran pregunta no es hasta qué punto cederá el gobierno las exigencias de Mr. T., sino cuándo este personaje necesitará complacer a sus bases con un espectáculo bélico contra los "bad hombres".
Por eso la memoria de aquella canción compuesta por Raúl Torres y Los Astros en los años 60´s. Por ello el recuerdo del general Cárdenas y su ruptura con Calles. Solamente como recordatorio de que algunas lecciones históricas son muy claras, como la de los riesgos y las ventajas de quienes se atreven a desafiar al imperio.