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Oumuamua

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  • César Romero

Para las prisas del ruido mediático actual, es una noticia antigua –5 años y medio es una eternidad en este negocio-, sin embargo, me parece que éste es un excelente momento para reflexionar sobre la importancia de que por primera vez nuestros científicos hayan podido detectar un objeto interestelar dentro del sistema solar.

Durante los últimos 11 días de junio de 2017, el observatorio de Oumuamua, en Hawái registró un objeto de un tamaño, luminosidad y forma distinto a todos los asteroides y cometas conocidos. Lo que más sorprendió a los especialistas fue que en su desplazamiento en torno al sol, “Oumuamua” se desvió de la ruta que debería seguir de acuerdo con las leyes de la ciencia conocida.

El fenómeno, único y aún no descifrado por la comunidad científica mundial, llevó a Avi Loeb, uno de los astrofísicos más prestigiados en su campo, a formular la hipótesis de que el descubrimiento constituye la primera evidencia científica de la existencia de alguna civilización inteligente proveniente de algún otro lugar en el universo.

Jefe del departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard, Loeb siguió la pista de las evidencias para defender un planteamiento que, citando la lógica detectivesca de Sherlock Holmes: una vez desechadas todas las otras posibilidades, la verdad --por muy sorprendente que parezca-- se encuentra frente a nosotros.

El planteamiento provocó una especie de sacudida global en la que se le llegó a comparar con la historia del juicio del 1633 Galileo Galilei en que el astrónomo fue obligado por la santa inquisición a retractarse de su hipótesis de que la tierra no era el centro del sistema solar.

Formado en las artes ocultas de la ciencia político, el periodismo y la diplomacia, no intento siquiera opinar sobre lo que dice el profesor Loeb. En cambio, me atrevo a subrayar tres puntos por los que considero una excelente idea el haber puesto el tema sobre la mesa.

El hecho mismo de atreverse a desafiar los consensos actuales –que arrojan al basurero cualquier especulación sobre la posibilidad de que no seamos la única “vida inteligente” --, su “hipótesis” resultó en una extraordinaria provocación que ha generado interés en el tema más allá de la cultura tabloide.

Atrapar a los grandes medios de comunicación, y por ende a los gobiernos, con una idea de este tipo puede resultar en mayores presupuestos y la formación de más astrónomos dedicados a buscar las grandes verdades de la humanidad a través de la observación de las estrellas.

Después de todo, algo similar ocurrió en 1962 cuando el presidente de Estados Unidos anunció el proyecto Apolo que nos permitió pisar la luna.

Hoy también vivimos tiempos interesantes que nos obligan a construir causas comunes.

Cercanos a una nueva hecatombe ecológica, acosados por los vientos de la guerra, el eterno racismo, el neofascismo, la intolerancia, la brutal desigualdad económica, me parece una buena alternativa atractiva ese intento de construir una narrativa global en torno a la exploración extraterrestre.

Con independencia de los posibles resultados, me parece sano que tengamos una causa común, atractiva y anclada en uno de los sueños originales de nuestra especie, averiguar si realmente estamos solos en el universo. La próxima visita a Marte es una pieza más de esta aventura de exploración y descubrimiento que, aunque fuera de manera indirecta, bien podría generar mejores dinámicas con el montón de desafíos que tenemos acá abajo.

Profesor de la UNAM

cesar196311@gmail.com

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