Fue mi primer jefe, un gran maestro y extraordinario personaje, Rafael Vilchis Gil de Arévalo (1937-2023) siempre me sorprendió por su buena palabra, por sus extraordinarios oficios y por ese peculiar sentido del humor que les caracteriza a las personas inteligentes.
Sí: también lo diré —para no faltarle al respeto a mi querido Fráter— que fue un jefe implacable, exigente, digamos que, terrible. A su estilo siempre buscó la calidad y la finura en la materia prima de un periódico: la información.
En el año 1997, cuando la tradicional publicación cumplió su primera mitad de siglo, Rafa Vilchis escribió en el libro conmemorativo: “De los 50 años de existencia que tiene el Sol de Toluca, reclamo cuarenta como míos; nadie me los puede quitar. Los he vivido intensamente”.
De hecho, nuestro querido Fofoy —seudónimo con el que firmaba su famosísima columna La Pluma Loca— consideró que el destino lo atrapó en el Sol, pues no es cosa menor pasar cincuenta y cuatro años (1957-2011) en la misma empresa, donde inició como cablista hasta llegar a ser director.
La parcela de Rafael Vilchis fue su primera plana, su sección local y las columnas de los colaboradores, como director vivió grandes cambios en la elaboración de los periódicos y supo entender la internet y las redes sociales.
Fino maestro en el arte del periodismo: una pregunta clara y sencilla puede detonar “la de ocho”, decía. Una redacción puntual para que llegue a todas las audiencias.
Hombre de rituales y de verificación de datos, fue un brillante analista político, amigo discreto de las altas esferas, tuvo la vieja escuela de leer todos los periódicos locales, nacionales y los cables internacionales. Redactor nato, cuenta historias en sus gloriosas columnas como Los Asoleados o a la Paloma Mensajera (esta última pieza periodística escrita sólo para redes sociales).
Un día de enero de 1993, don Rafa tuvo a bien recibir (sin terciar recomendación alguna) a una estudiante de apenas 20 años de edad, quien le solicitó una oportunidad de empleo. Fue el trabajo que me construyó como persona: quince años en los que aprendí desde abajo hasta llegar a ser reportera de una de las principales fuentes informativas de un medio local importante.
En lo profesional me encauzó por la entrevista, la crónica y el reportaje. Gracias a él conocí y entrevisté a personas extraordinarias, acudí a los rincones inusitados del estado, con su dirección conseguí las de ocho y mi nombre se leía en la primera plana de un periódico.
Un día, sin más, me dejó participar en el suplemento cultural de El Sol, escribiendo “cuentitos”, como él les llamaba a ciertos opúsculos que luego dieron pie a mi veintiúnico libro titulado Crónicas para Desolados.
Me dio también otra gran oportunidad: ser una reportera cercana del artista mexiquense Leopoldo Flores.
Abrazo con cariño a la señora doña Irma (madre superiora de la Parroquia), a sus hijos Rafa y Gerson, a nietecitas, así como a familiares y amigos cercanos.
Don Rafael ha muerto. Se fue como él solía ser: un hombre discreto.
Celeste Ramírez