Hay quienes dicen que la ignorancia es la otra madre de todos los vicios mientras otros afirman que puede ser fuente de felicidad; lo cierto es que saber es poder; ignorar es abrir la puerta a la vulnerabilidad, a esa fragilidad que nos deja indefensos ante lo injusto, ante el temor, pero también ante todo aquello que nos conviene vitalmente, como personas o como colectividad.
Creo que, al final, el conocimiento es la vía hacia la felicidad, a partir de los elementos que podemos reunir, analizar o trascender para tomar decisiones, máxima facultad humana para poder andar por la vida con menos tropiezos, con más previsión y más gozo.
Ser una persona informada, que sabe, aprende, reflexiona y concluye, es ser alguien con libertad y autonomía, tanto como lo contrario conduce a la sumisión, la dependencia y la falta de herramientas propias para afrontar la vida.
Por eso hay quienes, deseosos de concentrar y ejercer el poder siempre a su favor, tanto en lo público como en lo privado, promueven la oscuridad de la ignorancia, porque quien más ignora menos puede, menos desea, se nulifica.
De ahí las extraordinarias hogueras de libros durante la época de la Inquisición; la destrucción de grandes bibliotecas y los históricos asesinatos de los viejos o sabios en distintas culturas. Y es que el conocimiento, como fuente civilizatoria, abre las mentes, orienta el pensamiento hacia la crítica, hacia la rebeldía, y motiva el avance hacia la libertad y la belleza.
Si bien, parafraseando al sabio poeta español Pedro Salinas, entre más se sabe más difícil es escribir bien, afirmo que entre más se sabe, mejor podemos enfrentar las dificultades de hacer y deshacer a pleno gusto y a conciencia, teniendo en cuenta que el conocimiento del que se abreva debe contener la base ética que nos mueva hacia lo que es correcto en bien propio y de los demás.
Es así como se construye una visión personal, y cada quien debiera procurarlo para sí mismo y, ante todo, para las nuevas generaciones; niñas, niños y jóvenes deben poder acceder al conocimiento y es deber del Estado y obligación de toda persona adulta del entorno, asegurarles ese saber que les permita ser personas libres, plenas, pacíficas y con poder de decisión.
No se trata solo de acumular conocimientos, de estar al tanto de todo o aprender incesantemente, sino de alimentar la capacidad de observar, registrar, comparar, asimilar, decidir y actuar a la luz del saber para servir con solidaridad, responsablemente y con hondura de causas y compromisos.
Carolina Monroy