La historia es antigua: comienza en Francia durante la Edad Media, en el curso del siglo XIII. Era un juego que consistía en golpear una pelota con la palma de la mano. Lo llamaban jeu de paume: juego de palma. Fueron los monjes, al parecer, los que lo comenzaron a jugar en el claustro de sus monasterios. Sería con el tiempo llamado “el deporte de los reyes”, pues era disfrutado por los monarcas de Francia (Francisco I, Enrique II, Carlos IX). Pero todo el mundo lo jugaba, sin importar su rango.
El jeu de paume llegó a Inglaterra con el nombre de court tennis en el siglo XVI. Fue entonces que apareció por primera vez esa palabra: tenis. Procedía de la expresión francesa Tenez (que significa Tenga usted… Ahí va…), la cual utilizaban los jugadores en el momento de advertir al oponente que iban a lanzar la pelota. Era doloroso tener que golpear esa pelota con la mano, por lo que surgieron alternativas para que el impacto no fuera directo: guantes, luego raquetas, presentes ya en los grabados de la época, aunque los ingleses jugaban con las manos (aún hoy juegan Eton fives). Hacia 1850 lo comenzaron a jugar con raquetas, con las que dio inicio el real tennis.
El lawn tennis (o tenis sobre hierba) fue inventado por el comandante Walter Clopton Wingfield, nacido en 1833 en Gales. Wingfield estudió en Sandhurst; sirvió con el Ejército Británico en la India; participó en la campaña de China, que culminó en la toma de Beijing. Un grabado lo muestra de pie, con chaleco y boina, sosteniendo en la mano una raqueta muy pequeña. Wingfield patentó el juego en 1874 en el New and Improved Court for Playing the Ancient Game of Tennis. Diseñó la cancha en forma de rectángulo; inventó las reglas del juego, con dos jugadores o equipos de dos que debían lanzar la pelota sobre la red para que cayera en el terreno del adversario; llegó a vender, en un año, más de mil cajas con pelotas de goma, raquetas de palma y una red con estacas de madera.
Ese 1874, otro inglés, Henry Jones, adquirió una pradera en Wimbledon, a las afueras de Londres, donde fundó una serie de canchas de tenis bajo el patrocinio del All England Lawn Tennis and Croquet Club. Ahí, en Wimbledon, tuvo lugar en 1877 el primer torneo del mundo: hubo veintidós participantes, el ganador fue Spencer Gore. Desde entonces, el juego llegó a todos los países. Los franceses fundaron, en 1891, el torneo que recibió, más tarde, el nombre del héroe de la aviación de Francia, muerto en la Gran Guerra: Roland Garros. No lo jugaban sobre hierba, sino sobre arcilla, con los hombres vestidos con pantalón largo y las mujeres con faldas sueltas, todos de blanco, el color de las pelotas (que se volvieron amarillas cuando se descubrió que así eran más fáciles de ver en la televisión). Pero Roland Garros, magnífico, nunca pudo superar a Wimbledon. Fue ahí, en Wimbledon, donde tuvo lugar el partido más largo de la historia (en 2010, entre John Isner y Nicolás Mahut: duró once horas). Y en Wimbledon donde fue celebrado el juego quizá más brillante de todos los tiempos: la final de 2008, en la que Roger Federer, el campeón, perdió en cinco sets contra su amigo y rival Rafael Nadal. Todos tenemos de nuevo, allá, una cita este domingo.