Hace 40 años el mayor problema del país, tal vez como hoy es la inseguridad y la violencia, era el de las elecciones, la democracia, la pluralidad aplastada por el gobierno.
En 1976 hubo un solo candidato a la Presidencia y en 1982, después de una crisis económica brutal, el candidato del oficialismo ganó con 70 por ciento de los votos. La elección de 1988 todavía a cargo del gobierno, con todo y caída del sistema, hizo que los actores políticos del país se pusieran a repensar y diseñar otra manera de elegir a sus representantes.
Se construyó una institución que, entre otras cosas, puso el día de la elección —desde el armado de las urnas, la atención a los votantes y el conteo— en manos de mexicanos elegidos al azar cada vez que nos toca votar. Ese ejercicio que nos junta con algún vecino en una mesa para atender a otros vecinos está en el centro de lo que el INE significa para tantos. Como mucho significa que se ha convertido en la única institución que es capaz de entregarnos una identificación confiable.
Desde entonces en municipios, estados y la Presidencia han ganado todos los partidos alguna vez —salvo un par de rarezas que confirman la regla—.
Es cierto, algunas de esas elecciones han tenido sus líos y cada sexenio se han hecho reformas, no al IFE/INE como institución, sino a la manera en que los partidos pueden financiarse, anunciarse, conformarse. Se ha atascado de facultades al instituto, sobre todo en fiscalización, facultad que debería ser responsabilidad de las instituciones financieras y de justicia, pero pues ya sabemos qué pasa ahí.
En estos cuatro años muchas cosas se han cambiado en las leyes, muchos organismos se han debilitado y muchas políticas públicas han desaparecido para crear otras. Es, nos dicen quienes con el INE contando son gobiernos, la transformación. Y se han visto algunas marchas —sobre todo por la militarización—, pero muy muy lejos de lo de ayer.
Seguramente seguiremos estos días en las discusiones absurdas de que si fueron pocos o muchos, que si en el párrafo cuatro la reforma está bien, pero en el apartado seis no tanto, que si el INE tiene tal o cual defecto… en fin.
La lección es que cuando se construye una institución que resuelve un problema que importa a los ciudadanos y esa institución entrega resultados con eficiencia involucrando a la ciudadanía, querer cambiarla y castigarla tiene un costo.
Veremos quién quiere pagarlo.
Carlos Puig@puigcarlos
