En la mañana del miércoles 4 de junio de 2008, Jimena Martí está desesperada marcando el celular de su papá, Alejandro. No contesta. Una vez más. Sigue sin contestar. Marca el de su mamá.
—¿Jimena? Estamos ya en el avión.
—Bájense del avión —le ordena.
—¿Qué pasa? ¿Por qué?
—Pásame a mi Papá.
Jimena escucha a las aeromozas pidiendo que se apaguen los celulares.
—¿Qué pasa, Jimena? Ya casi despegamos.
—Bájense del avión. Secuestraron a Fer, no contesta Palma (el chofer de Fernando). ¡Bájense del avión!
Alejandro Martí convenció al piloto del avión que lo llevaría a Chicago a recoger a su otro hijo, Alejandro, que le abriera la puerta y lo dejara salir. Ya en el aeropuerto le marcó a Jimena para decirle que lo esperara en su casa.
Desde esa mañana Alejandro Martí dedicó su vida a encontrar justicia para su hijo, que apareció asesinado unos días después.
Lo hizo con la seriedad y la entereza que había hecho crecer el negocio de su familia desde que en 1968 —a los 18 años— se instaló en la Villa Olímpica a vender.
Lo hizo sin detenerse frente a los poderes fácticos ni los formales, los políticos y los sociales. Hizo de su lucha particular una causa social con una organización, pero, sobre todo, tomándose de las manos con otras víctimas, acompañándose, acompañándolos.
En el camino se topó con un sistema de justicia podrido, politizado, jodido.
Más de un político lo quiso engañar para subirse a su prestigio, se hicieron barbaridades en la investigación de los responsables del secuestro y muerte de su hijo como demuestra la falsa Banda de la Flor, inventada para lograr no justicia sino lucimiento político.
Alejandro y su familia no pararon, siguieron siempre. Martí nos enseñó a todos que la justicia no funciona a menos que haya un padre lleno de dolor que se la pasa años jodiendo, insistiendo, y aun así tarda, si es que llega.
Nombró a su organización México SOS porque estábamos en emergencia. Así seguimos.
Y quienes tienen en sus manos la seguridad e implementación del sistema de justicia en México deberían seguir escuchando todas las noches aquella petición: si no pueden, renuncien.
Vaya a la familia Martí un abrazo. En especial a Jimena, siempre cerca.