“Dirán que no ha muerto ni caído en el olvido,
dirán que ha iniciado un viaje atardecido”.
Para la familia Rocha Cito y Rocha Landero.
El día de ayer, 17 de julio, se cumplieron 5 años de que el ilustre jurista mexicano, Salvador Rocha Díaz partiera a otra dimensión, desde donde contempla a su amada esposa y a sus adorados hijos, así como en ocasiones transita junto a nosotros y acude en nuestros sueños para resolver alguna trapisonda jurídica, uno de los ministros más notables, igual que reconocido y admirado que ha tenido la Suprema Corte de Justicia de la Nación, como legislador hombre de argumentos sólidos, contundencia, ingenio y lógica jurídicas, como abogado postulante me parece que ha sido uno de los diez abogados más completos e inteligentes en toda la extensión de la palabra que en esta noble profesión hemos tenido los mexicanos, que lo que más disfrutaba hacer, aparte de escribir poesía, de cantar, de jugar golf y de disfrutar la vida con su familia y sus verdaderos amigos, fue la tarea de elaborar proyectos legislativos que a la postre se convertirían en iniciativas enviadas por el presidente de la República al Congreso de la Unión, amén de llevar a cabo algunas reformas constitucionales aprobadas por el Constituyente, de cierto, muchas de las improntas constitucionales, como las reformas a los artículos 27 y 115 de la Carta Magna, por no citar otros, salieron de la pluma de Don Salvador Rocha.
Podría escribir innumerables párrafos rememorando los momentos de sabiduría que nos regalaba a quienes tuvimos la fortuna de conocer al hombre y convivir con el amigo, más allá del jurista y mentor, que lo fue; pero mi intención no es trivializar su recuerdo, sino por el contrario compartir con los suyos esta breve elegía al padre que amó sin medida a sus hijos, al hombre que adoró a su esposa, al hermano bondadoso, al compañero sensible, al charlista sin igual.
Como no recordar aquellas tertulias en las que la voz cantante en el sentido estricto de la palabra lo era Salvador Rocha Díaz, siempre con la presencia de un pequeño grupo de abogados a los que cobijó y del que aprendimos conceptos intangibles como la probidad, el esfuerzo, el estudio, principalmente el amor a sus seres más cercanos, entre ellos a su señora madre, quien en algunas ocasiones nos acompañaba junto con personajes como “Miguelito” Ramírez Silva y Lidia su linda esposa, el gran Héctor Azar, algunos amigos suyos de Guanajuato y de Querétaro cuyos nombres escapan a mi memoria pero que Don Salvador quería de manera fraterna, siempre de buen humor y gastándonos bromas en presencia de su amada Geny Landero.
Recientemente me perdí por causas ajenas a mi voluntad, compartir un gran acontecimiento; la boda de Santiago Rocha en San Miguel de Allende, lo que verdaderamente lamento, pero habrá oportunidad desde luego de compartir agradables momentos con su hermosa familia. Cierto estoy de que Salvador Rocha disfrutó y gozó momento a momento aquel festejo en el que Santiago, uno de sus pequeños hijos, decidió hacer su vida y crear su futura familia. Salvador Rocha me recuerda al Tío Alberto de Serrat, porque también cató de todos los vinos, anduvo por mil caminos, sorteó momentos en la vida entre gentes de bien y también del mal, dio todo lo que pudo dar y hoy su casa está de par en par, y quien quiere entrar tiene un plato en la mesa, tuvo de un niño la ternura y de un poeta la locura, y hoy, sin tener la pupila de los viejos, su recuerdo nos viene como perfume de pan y tosigo, de cauterio, porque Don Salvador fue trazando un cálido ejemplo como sucede con el rielar del agua, sin dejar a nadie un reproche en su postrera cita, este recuerdo se funde con la melancolía, cientos de gargantas aflautadas y algunas engoladas estallaremos en un coro en donde él nos escucha, enhiesto, firme, con sonrisa socarrona decir al unísono ¡Que cante Rocha, que cante Rocha!
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