Política

Feliz aniversario

  • Columna de Bruce Swansey
  • Feliz aniversario
  • Bruce Swansey

El 23 de mayo de 2015 en un referéndum nacional se aprobó en Irlanda el matrimonio entre contrayentes del mismo sexo. Fue el primer país en votar un favor, demostrando con ello la madurez de una población que rechazaba de ese modo un pasado que hasta entonces había permanecido anclado en una teocracia nacionalista retrógrada. El voto que validó el matrimonio gay significó dejar atrás, por corte directo, el medioevo.

En un país cuya independencia fue determinada por el catolicismo militante (érase una vez un país más papista que el papa), la decisión de apoyar el matrimonio homosexual fue una revelación y una revolución. Revelación porque descubrió a muchos que jamás se hubieran imaginado que la población apoyara lo que la Santa Madre, siempre contraria a la naturaleza humana, condenaba. Revolución porque los grandes cambios comienzan en el hogar. Desde allí modifican estructuras, leyes y hábitos sociales y no al revés. Sin esa transformación ética y sin esa empatía por los otros, la historia habría sido distinta. En cambio, la campaña a favor del matrimonio gay enfatizó que la otredad homosexual no sólo era aceptable sino que lo era dentro de la familia: todos tienen hermanos, hijas, tíos, primas, a veces incluso padres o esposos gay. Lejos de ser un monstruo, un enfermo o un pecador, el homosexual redefinió su imagen como otro miembro de la familia, de la comunidad y de la nación. Nada extraordinario había en su opción que por lo tanto formaba parte de la condición humana. El derecho de ser homosexual es un derecho humano.

El resultado del referéndum fue 62 por ciento del voto a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo contra 38 por ciento en contra. Las primeras asumieron ese derecho como propio en nombre del amor y de la justicia debidos a gente hasta entonces marginada y perseguida. Las segundas marcharon bajo la bandera de la intolerancia que había victimado en nombre de la moralidad a ciudadanos considerados delincuentes y, con ellos, a cientos de madres solteras a quienes se les arrebataron sus hijos sometiéndolas a encierros esclavizantes. Las infames lavanderías sostenidas por mano de obra gratuita y el descubrimiento de restos de bebés clandestinamente enterrados en los conventos colmaron la paciencia de los fieles. Por eso el voto a favor del matrimonio gay fue también de rechazo del autoritarismo. El voto afirmaba una reacción contra el patriarcado y a favor de la democracia.

El recuerdo de la historia reciente estaba fresco, como también el continuo escándalo del abuso de menores en las instituciones católicas. ¿Quiénes eran los que condenaban el matrimonio homosexual y en nombre de qué valores hablaban? ¿Quién les había dado el poder de juzgar a los demás y con qué autoridad moral?

La reacción contra la Iglesia católica permitió entender otra concepción de los valores que deben sostener el tejido social: contra la exclusión, la inclusión, contra la intolerancia, la empatía. Después de siglos de represión el referéndum otorgó visibilidad social y reconocimiento moral a quienes fueron perseguidos. Fue un momento extraordinario porque unió a distintas generaciones y clases sociales en la aceptación de las víctimas y el reconocimiento de su derecho a una existencia digna.

Como Molly Bloom en el célebre monólogo en Ulises , de James Joyce, que estalla en una gloriosa afirmación, la sociedad irlandesa dijo un enfático “sí” al movimiento que reivindicaba los derechos humanos de las llamadas “minorías”. Fue un cambio rápido: en un par de décadas la homosexualidad pasó de ser un crimen a formar parte del continuum social.

Mediante su énfasis en la solidaridad y su habilidad para hacer de las experiencias personales signos sociales, el referéndum sobre el matrimonio homosexual fortaleció la empatía y la dignidad de una sociedad que rompía oficialmente con la república teocrática y abrazaba las reivindicaciones contemporáneas. Su triunfo fue fundamental para, tres años después, rechazar la condena del aborto legalizándolo y volviéndolo un derecho inalienable de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo.

Estos referendos no surgieron de la nada, sino de un proceso militante iniciado desde la década de los setenta del siglo anterior en gran medida paralela y solidaria con el feminismo. Sin la voluntad de cambio de las mujeres el mundo seguiría siendo cínicamente un coto de caza masculino. No ha dejado de serlo y sobre todo últimamente con la reivindicación de la misoginia y la homofobia en los albañales llamados medios sociales, donde la “machosfera” es un signo alarmante porque revela el peligro del regreso del oscurantismo sexista en la época de los populismos autoritarios cuyo carácter conservador amenaza los logros de más de medio siglo de liberación.

Al contrario de varios países que han optado por la nostalgia de un pasado ilusorio, Irlanda ha elegido mantenerse dentro de una posición liberal que evita el conservadurismo tanto de derecha como de izquierda. Sin embargo, en la era de los “influencer” abiertamente misóginos se nota la reacción contra la dignidad de quienes en la mentalidad homófoba amenazan el orden patriarcal declinante.

“Hace años”, comenta un artista drag, “acababa un espectáculo vestido de luces y sin pensarlo salía a la calle para parar un taxi que me llevara al siguiente lugar para dar otro espectáculo. Ahora ni loca de la cabeza me atrevería”.

Hay quienes opinan que a partir del referéndum la comunidad LGBT ha bajado la guardia confiando en la integración social, pero los medios sociales han ensuciado el panorama.

En una época donde cualquier sinantropus puede sorrajar su ignorancia y sus prejuicios amplificándolos entre quienes no encuentran nada mejor que hacer que aprovechar la normalización del fascismo, es hora de volver al activismo contra la desinformación y el odio a la diferencia. El décimo aniversario del referéndum en Irlanda justifica la celebración pero también alerta la conciencia de que sólo mediante la acción afirmativa es posible mantener movimientos sociales para frenar los extremos y fortalecer la democracia que, para serlo, debe ser inclusiva.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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