Días atrás, Estados Unidos pidió al Banco Mundial que dejara de obsesionarse con el clima y volviera a su actividad principal: acabar con la pobreza. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, pidió al Banco que eliminara el 45% de la financiación destinada a proyectos climáticos y que, en su lugar, invirtiera en “aumentar el acceso a una energía asequible y confiable, reducir la pobreza e impulsar el crecimiento”. Por el bien de los pobres del mundo, México debe sumarse a esta petición de sentido común.
El Banco Mundial se creó al final de la Segunda Guerra Mundial para reconstruir Europa, y luego asumió la misión de sacar a las personas pobres de la pobreza. Pero, al igual que las Naciones Unidas y muchas organizaciones internacionales, el Banco se embarcó en su camino climático tras el Acuerdo Climático de París en 2015, comprometiendo miles de millones para el clima y prometiendo liderar la financiación verde. El año pasado invirtió $42 600 millones en proyectos climáticos. Ese es dinero que no se pudo utilizar para las necesidades más urgentes del mundo.
Unos 189 países conforman los accionistas del Banco Mundial, y Estados Unidos es solo una voz, aunque más fuerte que la mayoría, ya que es el mayor accionista. Sin embargo, todos los directores ejecutivos del Banco que representan a los países latinoamericanos votaron recientemente a favor de apoyar el elevado gasto en materia climática. América Latina debe examinar las pruebas y reconsiderar cuidadosamente esa posición.
Las investigaciones demuestran repetidamente que peso mexicano por peso mexicano, las inversiones en desarrollo básico -como mejorar la salud materna, promover el aprendizaje electrónico o aumentar el rendimiento agrícola- reportan beneficios mucho mayores y más rápidos que el gasto en clima. Por el contrario, ayudar a los países pobres a reducir drásticamente sus emisiones tendría resultados insignificantes en términos de desarrollo o de parámetros climáticos. Las medidas de adaptación, como las defensas contra las inundaciones, son algo mejores, pero siguen siendo insignificantes en comparación con las estrategias de desarrollo probadas.
El presidente del Banco Mundial, Ajay Banga, ha defendido con firmeza los objetivos climáticos. Afirma que la pobreza y el clima deben abordarse conjuntamente. Esta afirmación superficial simplemente no supera una prueba lógica. Combatir la pobreza a través de la nutrición, la salud y la educación puede ayudar rápidamente a cientos de millones de personas a vivir mejor a bajo costo. Abordar la pobreza mediante la acción climática no servirá de nada para 2030 y su ayuda será mínima incluso a finales de siglo. Sin embargo, las políticas climáticas tienen un costo fácilmente billonario, mientras perjudican a los pobres del mundo al aumentar los costos de los fertilizantes y la energía.
Como destacó el secretario Bessent, los países en desarrollo necesitan hoy en día energía barata y confiable para industrializarse, crear empleos y prosperar, tal como lo hicieron los países ricos hace un siglo y China en las últimas décadas. La mayor parte de África sigue siendo bastante pobre y tiene poco acceso a la energía, más allá de la leña y la energía hidroeléctrica. El africano pobre promedio solo puede utilizar en un año la misma cantidad de combustible fósil que un estadounidense utiliza en menos de nueve días.
El Banco Mundial tiene como objetivo conectar a 300 millones más de africanos a la electricidad para 2030 a través de su iniciativa Misión 300. Este es un objetivo loable que corre el riesgo de verse saboteado por una obsesión constante con las energías renovables. El socio del banco en la Misión 300, la Fundación Rockefeller, promociona las energías renovables como “la ruta más rentable y rápida hacia la prosperidad”. Esto es una fantasía. Si bien la energía solar y eólica pueden ser más baratas que los combustibles fósiles cuando brilla el sol y sopla el viento, son infinitamente caras cuando no hay sol ni viento. Una energía confiable requiere un amplio respaldo que eleva el costo y, en todo el mundo, hace que las sociedades con un alto uso de energía solar y eólica experimenten costos de electricidad mucho más elevados. Por eso, a pesar de su retórica ecológica, los países ricos siguen obteniendo más de tres cuartas partes de su energía de los combustibles fósiles.
Las propias encuestas a clientes del Banco Mundial muestran que las personas de los países más pobres otorgan poca importancia al clima en su lista de preocupaciones. Aunque los líderes africanos hablan educadamente de ecología ante la Fundación Rockefeller y el Banco Mundial, sus acciones hablan más alto. El año pasado, África añadió cinco kWh de electricidad por persona procedentes de la energía solar y eólica. Pero añadió casi cinco veces más procedente de combustibles fósiles, porque son más baratos y fiables. En el conjunto de las energías (no solo la electricidad), África aumentó ligeramente su consumo de energía solar y eólica, pero multiplicó por 22 su consumo de combustibles fósiles.
El cambio climático exige medidas, pero no a costa de la pobreza. Los gobiernos ricos deben invertir en I+D, algo que se debería haber hecho hace mucho tiempo, para desarrollar tecnologías verdes innovadoras: alternativas asequibles y fiables que todos, ricos y pobres, puedan adoptar. Así es como podemos resolver el problema climático sin sacrificar a los más vulnerables.
Otros países, incluido México, deben sumarse a la misión para que el Banco Mundial vuelva a centrarse en la pobreza. Desviar fondos de desarrollo para iniciativas climáticas no solo es un error, sino que es una afrenta al sufrimiento humano.