Política

El derecho a la felicidad

A veces el súper me recuerda cosas que preferiría no pensar. No es solo revisar precios, sino esa sensación de que cada elección se hace sobre un piso que podría cambiar de un día a otro. Empujo el carrito, el mismo con la rueda que se atora, y me pregunto si de verdad necesito lo que tomo o si solo intento mantener cierta idea de orden. Entre los estantes aparece la respuesta que evito mirar de frente: puedo elegir porque, por ahora, tengo trabajo. Y ese “por ahora” termina en 2027, decidido mientras el país dormía. Reinvéntate, me dicen. Pero nadie explica cómo saltar cuando no se sabe qué hay debajo.

Diciembre insiste en que hay que sonreír. Las tiendas huelen a canela y a promesas, aunque una ya aprendió que el ánimo no depende del aroma. En otros países hablan de la felicidad con seriedad jurídica. Brasil intentó reconocerla de manera formal. Japón la incluyó desde hace décadas. Corea del Sur la usa para exigir mínimos vitales. Bután la mide como parte de su proyecto nacional. Todos entienden algo que aquí a veces olvidamos: no se trata solo de voluntad personal, sino de las condiciones que permiten vivir sin miedo a la caída.

México eligió otro camino. Nuestra Constitución no menciona la felicidad, pero promete dignidad, igualdad, salud, vivienda, educación, trabajo. Y aun así, basta una tormenta para revelar lo frágil que puede ser ese andamiaje. En Hidalgo, las lluvias dejaron aisladas a comunidades otomí-tepehuas. Cuando el camino se rompe, los derechos se quedan lejos. Ahí, la felicidad se mide en poder salir, en conseguir agua, en llegar a un hospital.

Mientras tanto, la cultura del optimismo repite que todo depende de decretar, agradecer o cambiar la actitud. Como si la angustia fuera falla moral y no una reacción natural ante un entorno inestable. En el mismo súper donde lleno mi carrito con lo justo, alguien más empaca compras ajenas por unas monedas. Para unos, la felicidad es pagar la renta. Para otros, completar la comida del día. El villancico es el mismo, pero cada quien lo escucha desde un lugar distinto.

Entre el carrito, la corona navideña arrugada y un contrato que tiene fecha de caducidad se asoma una pregunta que diciembre no alcanza a tapar: de qué sirve hablar de felicidad si el piso sigue moviéndose bajo los pies de quienes intentan sostener su vida.


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Bertha Orozco
  • Bertha Orozco
  • Jueza de Distrito en el Estado de Hidalgo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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