La semana pasada falleció, a los 96 años, don Héctor Fix-Zamudio, quien fuera, sencillamente, el jurista mexicano más importante de nuestro tiempo.
Erudito y poseedor de una vasta cultura universal, su extensa obra es referencia esencial en la cultura jurídica iberoamericana en los ámbitos del derecho constitucional, el procesal constitucional —del que fue precursor— y de la protección de los derechos humanos. Fue formador de varias generaciones de investigadores y de importantes juristas que lo consideran su maestro. La trascendencia de su producción científica en el campo del derecho es unánimemente reconocida, lo que le valió múltiples premios, homenajes y reconocimientos, mismos que recibió siempre a regañadientes, sin haberlos buscado, con la enorme sencillez que lo caracterizaba. En el año 2008, con motivo de sus 50 años como investigador del derecho, más de 400 juristas de 37 nacionalidades participaron en una obra colectiva en su honor, que tuve el privilegio de coordinar junto a Eduardo Ferrer Mac-Gregor.
Fue juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos durante 12 años —presidiéndola en dos ocasiones— y fue un impulsor decidido de la protección internacional de los derechos humanos, a la que dedicó buena parte de su obra.
A él se debieron muchas de las instituciones y de las grandes transformaciones constitucionales de nuestro país. Fue fundador del estudio científico del juicio de amparo, el cual abordó desde una perspectiva procesal y comparada, que permitió dejar atrás el enfoque nacionalista que hasta ese entonces prevalecía, y que contribuyó de manera definitoria a su evolución y eficacia como mecanismo protector de los derechos fundamentales. Sus aportaciones en materia de justicia constitucional fueron el sustento para la evolución de la Suprema Corte como tribunal constitucional, a la vez que llevaron a nuestro país a incorporar un sistema no-jurisdiccional de protección de derechos humanos, a través de la figura sueca del ombudsperson.
Pero su grandeza jurídica y académica, la profundidad de su legado intelectual —de alcance nacional e internacional— no desmerecen frente a la grandeza de los valores que lo distinguieron durante toda su vida. Su generosidad, su bondad, su paciencia, su sencillez y su genuino interés por las personas son solo algunos de los rasgos por los cuales no sólo fue admirado y respetado, sino profundamente querido por todos quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.
El maestro Fix-Zamudio formó una escuela de juristas con pensamiento moderno y abierto. Desinteresadamente ayudó e impulsó a sus alumnos, quienes indefectiblemente volvieron a él con reconocimiento, gratitud y cariño. Fue siempre generoso con sus conocimientos, con su tiempo, y con su afecto, sin escatimar nunca consejos, orientaciones, estímulo y motivación, siempre al margen de cualquier elitismo o agenda personal.
Yo personalmente fui beneficiario de esa generosidad y de esa disponibilidad para compartir sus conocimientos. Siendo estudiante del doctorado, me presenté en su oficina y, aun sin conocerme, me dedicó su tiempo para conversar ampliamente sobre los temas que me interesaban y recomendarme lecturas. Desde ese día fue para mí un mentor, y hasta hace unos años pude disfrutar de sus largas charlas, de las que siempre salía sabiendo algo nuevo y en las que siempre fue agudo, afable, generoso al compartir sus recuerdos, sus opiniones, sus intereses. Tuve la fortuna de manifestarle en varias ocasiones mi cariño, admiración y gratitud.
El legado del maestro Héctor Fix-Zamudio tiene una doble autoridad: una autoridad académica producto de sus invaluables aportaciones al estudio del derecho y una autoridad moral, proveniente de su intachable integridad personal, que lo colocan en la cúspide de la historia del derecho mexicano. Un hombre como hay pocos, adelantado a su tiempo, cuya memoria perdurará y cuyo nombre merece inscribirse con letras de oro. Descanse en paz.