La geografía delictiva de Puebla tiene nombres y apellidos que se incrustan en la memoria colectiva. El triángulo rojo no es solo una designación de territorio, es un símbolo de una vulnerabilidad crónica que, por más que se intente sofocar, sigue reemergiendo.
Durante el sexenio morenovallista, esta zona se asoció con el robo de combustible, una actividad que marcó la pauta de la delincuencia organizada en la región. Hoy, la preocupación no es solo la ordeña de ductos, sino un fenómeno más ominoso y profundamente humano: la desaparición de jóvenes, que nos recuerda que la violencia evoluciona y se adapta.
En Amozoc, una de las aristas de este triángulo, se encuentra en el centro de una crisis que ha encendido las alarmas. En menos de un mes, la cifra de desaparecidos se elevó de manera preocupante, con al menos una docena de familias clamando por respuestas. Lo que inició como una serie de reportes aislados entre el 10 y 11 de agosto, pronto se convirtió en un patrón alarmante: jóvenes, en su mayoría varones, que salieron de sus casas y de quienes no se volvió a saber nada.
Como asentó mi compañero Daniel Hernández en su nota publicada el pasado viernes, el fantasma del reclutamiento forzado ronda las conversaciones entre los familiares. La versión, aún no confirmada por las autoridades, es que a las víctimas se les ofreció una supuesta oferta de trabajo de corta duración, un anzuelo que los atrajo a un destino incierto.
Al inicio, la respuesta de las autoridades fue percibida como lenta y, en algunos casos, evasiva. Padres desesperados denunciaron la falta de colaboración por parte de las autoridades municipales, quienes les negaron acceso a los videos de las cámaras de vigilancia.
Luego, la presión mediática y la denuncia ciudadana lograron, aunque de manera tardía, generar una reacción. La Comisión de Búsqueda, Fiscalía, en coordinación con la Defensa, Marina y Guardia Nacional, realizaron operativos con resultados tangibles. Once personas detenidas, vinculados con delitos contra la salud y un arsenal, incluyendo rifles de asalto y pistolas, que sugieren una conexión con el crimen organizado. Estos hallazgos son indicios clave en la investigación.
La historia de Amozoc es un reflejo de una realidad más amplia. La desaparición de personas no es un problema exclusivo de la zona de guerra contra el huachicol, sino un tentáculo más de la inseguridad en el estado.
Es fundamental que las autoridades no bajen la guardia y que, más allá de los operativos y los comunicados, exista un compromiso real y empático con las familias que viven en la incertidumbre.