Política

Embarrados

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—¡Ven para acá!

Al oírla, el niño se detiene en seco. Da media vuelta y se acerca despacito para quedar frente a su madre. Levanta los ojos, sin parpadear, hasta encontrarse con los de ella. Tiene la boca embarrada de chocolate y las huellas de sus manitas, oscuras y dulces, se arrastran por su camiseta blanca que usó como servilleta. En la orilla misma del desastre, su vocecita tibia, con olor a cacao y miedo, alcanza a decir:

—Yo no hice nada, te lo juro, yo no fui.

Esa emoción precisa, entre el coraje y la risa que provoca en la madre una mentira tan obvia, es la misma que, cada día con mayor frecuencia, provoca nuestro gobierno cuando pretende darle la vuelta a lo evidente. Ternura y enojo en un vaso de leche endulzada con una cucharada de Chocomilk.

¿Se fijó en la elegante mesa de madera barnizada del Tribunal Electoral cuando dijeron que no había pruebas contra los acordeones de la elección judicial? Tenía chocolate embarrado por todos lados. Y mientras decían que no había pruebas, que no pudieron comprobar nada, que desechaban las 5 mil denuncias y que a pesar de los acordeones declaraban intachable la elección judicial, primero le daba a uno mucho coraje, pero después, cuando veía uno el chocolate, le ganaba la risa. El chiste es que da igual lo que digan, todos saben que fue ilegal y que los acordeones fueros un fraude. Y también sabemos que seguirán mirándonos de frente, sin titubear, serios e hinchados de dignidad, asegurando que fue legal, con la boca todavía embarrada de chocolate. ¿Vio usted la transmisión por la televisión? ¿La boca de la presidenta del Tribunal estaba embarrada por todos lados, verdad? El problema es que el chocolate que se cayó a la alfombra no lo van a poder quitar. Ahí va a durar años hasta que alguien entre a limpiar.

Lo mismo sucede con Adán Augusto cuando habla a cámara para explicarnos por qué no es culpable de lo que se le acusa cada semana, lo dice con la boca embarrada de chocolate. Pasa igual que con el niño que asegura que él no fue, da igual lo que diga, uno ya solo ve el chocolate que le corre por el cachete y le llega hasta la oreja. ¿No se da cuenta que nos damos cuenta? Como con Noroña que deja la primera clase de los aviones toda pringada. El asiento de piel, los botones de la pantalla, la almohadita blanca y la copita de champán con huellas de chocolate. Aun por Zoom se le ve la boca embarrada de chocolate al diputado Cuauhtémoc Blanco. Ni aun chupándose el chocolate tibio que le escurrió por la manos se las va a poder limpiar. Va a terminar embarrando la raqueta de pádel, con lo que ya nadie podrá jugar.

El tema es que cada día son más: el hermano del ex presidente con sus 15 ranchos, el otro hermano y sus sobres, los hijos con sus múltiples viajes, dato protegido, su esposo y sus joyas, el gobernador de Sinaloa, la gobernadora de Veracruz, la otra gobernadora y el otro gobernador, los funcionarios del huachicol, los funcionarios de los antiguos fraudes y los del nuevo que se va a descubrir. “Que pongan una denuncia”, dicen todos los morenistas. “Y que presenten pruebas.” ¡Hágame el favor! Las pruebas están a la vista. Es como si el niño le dijera a su mamá:

—A ver, denúnciame, presenta pruebas.

Con la boca embarrada de chocolate basta y sobra.


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Ana María Olabuenaga
  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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