La marcha del miércoles pasado, Día Internacional de la Mujer, tiene un solo y gran objetivo: lograr que un día no se tenga que volver a marchar. Conseguir que las mujeres sean tratadas como iguales y sin violencia. Qué fácil e irrebatible resulta escribirlo. Tan simple y tan lejos. Por eso no se felicita a las mujeres el 8 de marzo, señor Presidente. Si el día existe, si la marcha se camina, significa que no lo hemos alcanzado todavía. Felicitémonos en el instante en que lo logremos. Cuando consigamos que los hombres compartan en raciones iguales la totalidad de la vida y se haya erradicado la violencia contra las mujeres por el simple hecho de serlo.
El reporte de la brecha de género que año con año realiza el World Economic Forum calcula que faltan 136 años para lograrlo. De alguna manera, caminando a la salida del trabajo mientras oscurece, bajando la mirada en el transporte público al tiempo que abrazan la bolsa que traen sobre las piernas o aceptando un empleo peor pagado que el de algún compañero, las mujeres llegaron a la misma cuenta. Por eso este año las madres llevaron a sus hijas a la marcha.
De la mano, igual que se las lleva al colegio. Para que aprendan. Para que cuando sean grandes sigan la lucha, y es que todo parece indicar que antes no se habrá obtenido. Para que no tengan miedo de las multitudes si son de mujeres. Las mujeres en colectivo y con una niña pequeña perdida, se convierten todas en madres. Para que aprendan que las mujeres protegen a las mujeres, que las mujeres cuidan a las niñas. Para que vean que detrás de una gran mujer y también adelante y alrededor, siempre hay otras mujeres. Para que se aprendan el camino de regreso a casa: todo derecho hasta llegar al Zócalo, tocar a la puerta de Palacio o a la plancha de metal que estará cubriendo la puerta, esperar que alguien responda y, si nadie lo hace, dejar que las que vienen detrás también toquen. Que todas toquen la puerta, hasta que resulte ensordecedor y alguien por fin responda.
Mientras tantas tocaban a la puerta, dentro, en el patio central de Palacio Nacional, nuestro mandatario celebraba su Día Internacional de la Mujer. Los ecos de los toquidos armonizaban con los tambores del himno. Un dron tan insignificante que parecía una mosca se elevó para tener una vista más espectacular del evento. Y sí, era un espectáculo. Una mínima convocatoria en un patio vacío, desolado. Una pequeña tarima llena de corcholatas y apenas cuatro filas de mujeres sentadas al rayo del sol mientras la mosca zumbaba por encima de sus cabezas.
Eso del feminismo, pues ya se logró, ¿qué más?, decía para conmemorar el día nuestro Presidente. Fue una lucha de muchos años de mujeres… pero ya alcanzamos el que sea una realidad el feminismo, ahora tenemos otras tareas por delante, concluyó.
No le creas mi’jita, tú sigue caminando, no es verdad.
La marcha de las mujeres tan solo fue de 90 mil personas, vayan a la de la Expropiación, dijeron, esa será más grande. Mentiras. Pero las mujeres nunca discuten una vulgaridad de ese tamaño. Eso es cosa de hombres. Las mujeres discuten cuál es el tamaño de la injusticia, cuál el de la incomprensión, de qué tamaño tienen el cerebro y de cuál, el corazón. Todo lo demás resulta muy pequeño para hablar de ello.
Ana María Olabuenaga
@olabuenaga